Por Álvaro Vergara
AGENCIA UNO

Señor presidente: Con mucha humildad le escribo estas palabras para felicitarlo por su holgado triunfo. Aún no logro dimensionar que se vaya a calzar la banda presidencial. Todo sucedió en cuestión de meses que pasaron demasiado rápido. Es como si hubiese sido ayer cuando lo veíamos con su equipo juntar las firmas necesarias para competir por llegar a La Moneda. Ante todo, le deseo la mejor de las suertes.

El presidente más joven de la historia, qué gran logro. Pienso que Vicente Huidobro estaría orgulloso. En su Balance Patriótico, él decía que “todo lo grande que se ha hecho en América y sobre todo en Chile, lo han hecho los jóvenes. Así es que pueden reírse de la juventud. Bolívar actuó a los 29 años. Carrera a los 22; O’Higgins, a los 34, y Portales a los 36”.

Sé que usted es un buen lector. Quizás encuentre en sus biografías, diarios y cartas una guía a la cual recurrir en momentos difíciles, en aquellos instantes de agobio que todo presidente sufre. En lo personal, y con mucha modestia, le recomiendo las cartas de Diego Portales, que salieron hace pocos meses reeditadas por la editorial UDP. Pero, por sobre todo, le recomiendo los Diarios de Carrera, en especial el militar. Necesitará cierta empatía y conocimiento sobre la labor de las Fuerzas Armadas -todo presidente debe tenerlo- y estos textos de Carrera pueden ayudarlo.

Hace unos días se publicaron unas reflexiones de Alejandro Zambra de cara a las elecciones. En su texto, él mostraba su admiración por usted. A lo mejor tuvo tiempo, en medio de la vorágine electoral, de leerlas. Nuestro escritor del momento, hoy radicado en México, contaba que instó a su padre a votar bajo el argumento que usted era poeta, que ese sería “un buen motivo para votar por alguien”.

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Yo discrepo con Zambra. De hecho, parece que más bien estoy con el escritor Marcelo Mellado y sus dichos en una entrevista para el diario español El País. Y pienso que usted estaría de acuerdo conmigo, pues entiende el arte de la política. A pesar de que cometió algunos errores importantes en el pasado, siempre supo reconocerlos y disculparse por ellos.

No estoy de acuerdo con Zambra porque me parece que aceptar su premisa nos acercaría a instaurar una versión ingenua y poco elaborada de los reyes filósofos de Platón. Ser filósofo no es garantía de ser un buen gobernante.

Por otro lado, tampoco es ideal que los poetas anden recitándole al presidente. Más bien, deberían hacer un mea culpa por permitir que la plataforma cultural sirva como amplificación de fines políticos. Que estemos sumidos hasta el cuello de aquella “cultura de la basura” estupidizante. En palabras de Mellado “uno de los grandes culpables de la desaceleración de los cambios de Chile han sido los poetas y el aparato cultural […] Los poetas son muy arrastrados y buscadores del poder, aunque no lo parezcan”.

Concordará conmigo en que para ser un gran gobernante lo que se requieren son virtudes humanas: Templanza, empatía, rectitud o justicia, entre otras. Y muchas veces es sólo la experiencia la que permite desarrollarlas y pulirlas. Estará en sus manos saber cuándo y cómo aplicarlas. Los antiguos llamaban a esto prudencia, que no es un miedo disimulado bajo el nombre de virtud, sino la habilidad de encontrar aquel delicado punto medio.

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Será en esos momentos en los que veremos si la fortuna estará de su lado, y si con sus capacidades logrará constituir y conducir un buen gobierno, o si simplemente su candidatura fue un fenómeno de circunstancias determinadas y que el poder -al cual siempre debe tenerse el mayor de los respetos- le quedó grande a usted y a su coalición (si no me cree, pregúntele a quien relevará en la presidencia).

Por otro lado, las palabras de Zambra me hacen pensar a veces que muchos de nuestros excelentes escritores han olvidado ahondar en sus estudios de filosofía, historia, sociología y economía. Materias del saber que tratan ámbitos sin los cuales se hace imposible conocer, aunque sea parcialmente, las motivaciones de la acción humana. Esto, por ejemplo, sí lo hacía la especialísima generación de escritores del 50 -aunque quizás en economía no tanto-, de la cual usted es un reconocido admirador.

Aquella admiración nos obliga a formular algunas preguntas incómodas: ¿Qué cree que habría pensado Enrique Lihn, por ejemplo, de su pacto con el Partido Comunista, de que los jóvenes llenos de esperanza se aliaran con esa burocracia añeja y opaca, de que las esperanzas del Chile nuevo se mezclen con el mismo leninismo calculador de los años treinta?

Recuerde que su poeta de cabecera, luego de su estancia en Cuba y lo sucedido con su amigo Heberto Padilla, quedó hastiado hasta el colmo de aquella ideología utilitarista y materialista. Usted deberá aprender a convivir con aquella disciplina vertical y casi militar; en tales momentos no tenga miedo en sacar ahí algo de la pachorra de Diego Portales.

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¿No cree que esa alianza hubiese defraudado a Lihn? Él sabía que el poeta, por actitud vital, tiene que ser un escéptico de las dinámicas de poder. Y así lo fue toda su vida. Asimismo, ningún demócrata querría a su alrededor a un conjunto de cortesanos rindiéndole pleitesías a través de versos pegados con chicle. Poner buena cara a los versos de aquellos poetas “arrastrados y buscadores del poder” -en términos de Mellado- debe ser un suplicio.

Si la generación del 50 estuviese viva, ¿cuánto cree que se hubiesen demorado en borrarse del mapa si les hubiesen obligado a escuchar la ordinariez cantada por Camila Moreno en Plaza Bulnes? En todo caso, si esto no hubiese sido suficiente para tomar distancia de manera drástica, seguro no se aguantaban con las declaraciones de Izkia Siches, quien comparó esa vulgaridad conel arte”. Los poetas de Chile, mientras tanto, callados.

En cualquier caso, debo decirle que le tengo una sana envidia. Es uno de los pocos casos que han dado vuelta la parábola del hijo pródigo: Más que matarlo o dejarlo morir, se logró reconciliar con aquel padre pródigo, la ex Concertación. Con aquel padre que usted y su coalición criticaron con dureza por sus pecados. Y aun así, el padre agachó la cabeza y volvió a casa para recibir el “perdón” del hijo.

Aunque la envidia que le tengo no es por eso. De hecho, yo al menos, de ahora en adelante, nunca me atreveré a realizar algo parecido con mi padre. Pues, si lo juzgo, tomaré su ejemplo para no caer en lo mismo, e intentaré contextualizar el reclamo y ponerme en su lugar antes de hacerle el mínimo reproche. No me gustaría nunca ver a mi padre humillado como vimos a la Concertación.

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Pero no, los celos son porque usted y los suyos lograron crear un cuerpo político capaz de dar la cara en concordancia a sus ideales de vida, y luego llegar al poder con el apoyo de una gran mayoría. A la derecha -que es desde donde yo escribo- le falta mucho aún.

Hay, por cierto, algunas caras nuevas interesantes en el Congreso y en la Constituyente, y otras caras nuevas que dejan mucho que desear, presas de los eslóganes y el maniqueísmo de su poca preparación. Espero que mi generación y las próximas sepamos dar vuelta esto. Por eso, sería bueno que estudiáramos a fondo el fenómeno dinámico de lo que ha sido el Frente Amplio. ¿Nos recomendaría partir por el libro de Alfredo Jocelyn-Holt?

Por último, no quiero de dejar de hacerle una breve advertencia, que se me ocurrió mientras escribía estas líneas: Tenga cuidado ahora que lo logró casi todo en la vida siendo tan joven. Yo, al menos, no sabría qué hacer luego. En una de esas, terminada la estancia en el poder sea bueno para usted hacerle caso a Zambra y dedicarse a los versos. ¿Por qué no?

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