Por Valeria Barahona
Foto: Paloma Palomino

Un largo carrete de esos olvidables, nueve noches sin ninguna trascendencia, quizás como un manifiesto del fracaso, dan forma al volumen de cuentos “No corresponden” (Los libros de la Mujer Rota, 2018), los primeros textos de Elisa Alcalde, conocida en Instagram por sus pinturas de minerales.

Me demoro en leer, pese a que en la clínica psiquiátrica no tengo más quehacer, aparte de mirar los movimientos involuntarios de mis amigos nuevos y dopados. También trago pastillas al desayuno, cuando tengo miedo y antes de dormir. “No corresponden” se parece al mundo de allá afuera.

Cuando conozco a Alcalde, me sorprende su tono de voz sin fluctuaciones y lo afilado y anguloso de sus tatuajes. Cuando habla, pero no la escucho, el Neuroval los transforma en fantasmas que bajan y bailan sobre los minerales que decoran su casa a media luz.

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—¿Cuál es la necesidad de narrar el fracaso?
—Me gustan mucho las epopeyas, pero yo me vinculo mucho más al fracaso que a la victoria en las relaciones amorosas o humanas en general, y es un lugar que me parece más atractivo retratar que el del ganador o que, incluso, en algunos cuentos intento retratar desde el punto de vista del ganador, pero que termina siendo medio odiable, por eso prefiero estas pequeñas victorias. (…) El amor igual es fracasar, yo creo, o encontrar el amor se trata de fracasar varias veces hasta llegar a algo que no necesariamente es eterno, pero que quizás puede perdurar más y ser un punto a favor en tu vida.

—¿Cómo fue estudiar cine? Porque en el cuento “Escuela de cine” hay una joven que nunca estrena su película y otro que se enamora de ella y termina con un machete en la mano.
—Sí, fui a la Escuela de Cine de Chile, pero no me considero cineasta porque no hago películas. Igual saqué la especialidad de guión. (…) ‘Escuela de Cine’ es el único que no es ficción, sino que una anécdota bien contada.

“La gente que es demasiado luminosa me produce desconfianza, no les creo. Prefiero a las personas cuando son buenas y malas al mismo tiempo, o derechamente malas”

—¿Por eso tienes ese machete tatuado en tu brazo?
—Soy súper fetichista y hay muchos de mis fetiches que están en la portada del libro y el machete que sale ahí es por aquel personaje. Pero este (indica) es un cuchillo de cocina y el otro también (muestra el otro brazo), me gustan los cuchillos como objetos.

—¿Cómo fue tu paso desde el lenguaje audiovisual al visual de las piedras?
—Siempre me gustó pintar. En un pensamiento, soberbio creo ahora, cuando dije “me gusta el arte, la historia, entonces no voy a estudiar arte porque puedo pintar sola en mi casa, no voy a estudiar historia porque puedo leer en mi casa, entonces voy a estudiar cine porque recopila todo lo que me gusta”. (…) Dirección de arte y guión eran los ramos que mejor se me daban, pero fracasé como cineasta porque fui mamá súper joven, el ritmo de los rodajes, del cine, de meterse a la industria audiovisual es muy complicado si tenís una guagua chica.

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En 2012 estaba cesante y me habían regalado un set de acuarelas y me puse a pintar, me empecé a obsesionar con la técnica y como soy una persona que quiere hacer las cosas bien aunque se demore mucho tiempo, empecé a pintar piedras preciosas y me quedé corta porque son cuatro. Cuando vi que los minerales eran muchísimos más, me pareció que era muy atractivo. (…) Me gustan porque son algo que está oculto en la Tierra, son como objetos preciosos que no están al alcance, no están visibles. Me gusta que el carbón a cierta temperatura se convierta en un diamante. (…) En ese periodo también hice el Pequeño Zine Ilustrado. Fue un tiempo bien productivo porque del ocio sale la creatividad”, cuenta.

—Tus personajes que tienen esos claroscuros, las cosas medias enterradas, como la chica que encuentra una postal bajo la puerta de una vecina y le escribe una respuesta propia.
—Mis personajes tienen que tener algo de oscuridad, aunque creo que mi libro igual es luminoso más allá del pesimismo. (Ellos) tienen que tener algo de oscuridad porque la gente que es demasiado luminosa me produce desconfianza, no les creo. Prefiero a las personas cuando son buenas y malas al mismo tiempo, o derechamente malas, pero incluso los más malos tienen algo. Ahí uno tiene que escoger con qué malo empatiza. No sé, yo no voy a empatizar con Augusto Pinochet, pero me genera un poco de atractivo la maldad que tuvo Pablo Escobar, por ejemplo.

—Porque el buen villano, narrativamente, es el que a uno de cierta forma le cae bien, que igual carretiariái con él, como Alex de “La naranja mecánica”.
—Hay villanos que son malos porque son pencas en su totalidad, como Pinochet, no sé; y otros que no, que tienen más capas de profundidad o de atractivo que podría ser Pablo Escobar.

No corresponden
Elisa Alcalde
Los libros de la Mujer Rota
119 páginas
Precio de referencia: $9.000

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