Por Bruno Córdova

Felipe Pantone tiene poco más de 30 años. Nació en Argentina, pero creció en España. Su adolescencia la pasó en un lugar llamado Torrevieja, un balneario de la costa valenciana en donde las familias de clase media baja adquirían segundas residencias.

«Es un pueblo que tenía mucho turismo, de madrileños con bajo poder adquisitivo se pueden permitir comprar casas en ese lugar. Y los hijos de los taxistas que compraban casas en Torrevieja pintaban graffitis», explica el artista visual sobre sus orígenes.

El barrio lo inspiró a tomar el spray. «Si existe una posibilidad de pintar tu nombre en todos los sitios, ¿cómo no vas a hacerlo? [Risas] Si a ti te dicen “toma, puedes hacer lo que quieras”, pues lo haces», cuenta.

Felipe estuvo estos días en Santiago presentando una intervención en el stand de Ballantine’s del festival Fauna Primavera, el sábado pasado en el Espacio Broadway. Para esta marca, el artista ha diseñado una serie de botellas de edición limitada con sus ejercicios de juegos de percepción y de arte cinético.

Su arte incluye mucho contraste entre blancos y negros, acompañado de colores muy luminosos y juegos de percepción. A lo largo de su carrera, ha hecho trabajos a gran escala en edificios de más de diez pisos, ha diseñado zapatillas urbanas o incluso ha exhibido en galerías de países como Bélgica, Estados Unidos, Japón, Inglaterra, aparte de su natal España.

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—¿Cómo llegas a los trabajos con efectos ópticos, a trabajos más cercanos a la instalación artística, de provocar un juego en el espectador, de intervenir el espacio público en el cual estás trabajando?
—Los juegos perceptivos son súper interesantes porque descolocan; hacen que el espectador quiera una segunda lectura; hacen que te pares. En mi caso, juntar juegos perceptivos con elementos de las cosas que suelo utilizar, con elementos de cosas que quiero decir o de cosas que quiero que la gente piense sobre la tecnología, el cambio [o] el dinamismo. Desde el arte abstracto, intento utilizar composiciones que te lleven un poco a ese tipo de sentimientos.

—¿A qué edad empiezas con estas exploraciones?
—No fue hace tanto tiempo… 25 o 27 años. Concretamente, el tema de los juegos de percepción empezaron cuando pintaba graffitis en la calle. Me di cuenta que en el graffiti es un juego en el que tienes que brillar más que los demás, que tienes que hacer más ruido que los demás, que [tienes que hacer que] se vea más tu graffiti que el anuncio del McDonald’s… tú tienes que hacer mucho ruido. Para eso, me di cuenta que si acentuaba el contraste en mis piezas a nivel pictórico (es decir, utilizaba mucho blanco, mucho negro); luego, colores muy saturados y juegos de percepción; entonces, ahí la pieza brillaba mucho en la calle y la gente la miraba más.

«Mirando atrás, me he dado cuenta de que mi discurso artístico se crea de manera accidental a partir de lo que encontré en el graffiti. El graffiti es una cosa que corresponde mucho con los tiempos que corren: es muy dinámico. Tiene que ver con la impermanencia, con el cambio, con estar en todos los sitios. Al final, si lo piensas un poco, el graffiti es al arte lo que el Twitter es a los periódicos. Es inmediato, lo puede hacer todo el mundo. Entonces, creo que en el graffiti me he comportado como un tuitero», relata.

Felipe se detiene. Retoma un punto sobre su formación como artista. «Empecé pintando graffitis en la forma de forma autodidacta. Luego, fui a la universidad y aprendí pintura. Ahora, el mayor reto que he tenido estos últimos años (y al que todavía me enfrento) es liberarme de toda esa tradición académica horrorosa de pintor de caballete. Tengo un yugo del que no me puedo liberar y me cuesta», apunta.

—¿Y esa salida también tiene que ver con explorar otros formatos, otras narrativas: por ejemplo, el video de Run Away [de DJ Soak ft. Anderson Paak]?
—Claro. Los límites es donde se fuerza la creatividad. Cambiar de disciplina, cambiar de formato, algo de lo que no tengo ni puta idea (si me lo preguntas, como un videoclip: yo no sé hacer eso). Entonces ahí, hay nuevas ideas con las que te puedes encontrar casi accidentalmente y eso es súper interesante.

—¿Cómo partió ese trabajo?
—Yo me equivoqué y me monté una discográfica, cosa que, en realidad, no sé para qué la hice. Y que duró como tres meses. Hice un videoclip que lo hice en un mes y tardaron un año para que me lo publicaran. Para cuando lo publicaron, ya no me gustaba. Normalmente, como artista visual, yo-me-lo-guiso-yo-me-lo-como. Es decir, hago algo, pinto lo que sea. Ese mismo día, le saco una foto. Al día siguiente, lo publico en Internet. Al otro día, me olvido. Y al otro día, pinto otro.

«Imagínate. Mi proceso creativo es ta-ta-ta-ta-tá [Felipe hace una enumeración con las manos], mientras que la música es horrible. Todo tarda un año, entonces… monté esto, hice un videoclip para este chaval [DJ Soak] y para cuando salió [el video], ya no me gustaba», asegura.

—¿Seguirías explorando otras iniciativas en otros formatos?
—Sí. En un año, me da que quiero hacer una canción: hago el videoclip, la canción; las publico y al día siguiente les prendo fuego. Y luego hago otro trabajo.

Ese es el futuro: hacerlo tú mismo, do it yourself.

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