Por Matilde Burgos
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Hace menos de un mes que Amanda Céspedes fue abuela, pero por estos días tiene que conformarse con ver crecer a su única nieta a través del teléfono y disfrutar sus fotos en redes sociales. Por eso, a la hora de dar recomendaciones para los niños en tiempos de cuarentena, pide manga ancha, incluso duplicar los tiempos de permiso que se daban antes, pero con límites de horario.

Conocedora del cerebro infantil, de su desarrollo y mecanismos de aprendizaje, la neurosiquiatra llama a los padres a no desesperarse la formación académica. Asegura que la clave es apelar a nuestra propia resiliencia y enseñar a nuestros hijos las lecciones de esta experiencia única de vida.

—El Ministerio de Educación ha señalado que, al menos hasta mayo, los estudiantes de todo Chile no volverán a clases presenciales. ¿Cuán preocupante es para el aprendizaje de los niños?
—Tenemos que aceptar que esta no es una situación normal, es una situación de confinamiento físico y -al mismo tiempo- de tensión sicológica, tanto para los adultos como para los niños. El pensar que los niños están en casa y pueden llevar a cabo su trabajo académico como si fuera cualquier otro momento no es así. Hay un factor de tensión muy grande que afecta a los adultos y a los niños y que tiene efecto sobre el trabajo escolar.

—¿Cómo manejamos la ansiedad?
—La ansiedad que tenemos en este momento es producto de una amenaza invisible. Esta ansiedad tiene que manejarse con los recursos que dispone el ser humano. Nosotros tenemos varios recursos naturales para enfrentar la ansiedad y estos recursos son muy presentes y evidentes en los niños. El juego, el movimiento, la fantasía, la conversación relajada, la contención en caso en que la ansiedad se desborde en reacciones emocionales como el llanto, como la angustia. Son todos recursos del manejo de la ansiedad que los adultos deben conocer y deben tener a disposición de los niños. El adulto también tiene que manejar su propia ansiedad y ahí yo diría que en una situación de confinamiento físico, lo más importante es afrontar de buena fe los roces y las discusiones que se van presentando en los adultos. Evitar la impaciencia, el conflicto, las caras largas. Tratar de estar lo más serenos que sea posible en esta situación. Alguien dirá que eso es imposible y yo digo sí, se puede. Es una fuerza interior, es una fuerza profunda que tenemos escrita en el genoma. Todos podemos disponernos a estar en sosiego, en calma en situaciones de extrema ansiedad.

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—¿A qué carga académica podemos someter a un niño?
—La mente del niño no aprende como si fuera una caja donde se van depositando contenidos. La mente del niño aprende en una interacción dinámica entre las emociones, el entusiasmo, la motivación. Por lo tanto, si ya tenemos un factor negativo como la ansiedad, tenemos que aceptar que van a poder aprender mucho menos de lo que quizá el Mineduc o los directivos escolares quisieran. No podemos pretender que los niños escolares aprendan como si estuvieran en situación de pleno bienestar, porque no lo están. Tenemos que prepararnos incluso para que tal vez pierdan el año, pero eso no es grave. Perder un año no es nada en una situación como la que estamos viviendo. Les pido, bajemos la presión sobre los niños.

—Y en una situación como ésta, ¿cuánto es el tiempo recomendable para que los niños estén en esta situación de “teletrabajo”?
—Las condiciones físicas son muy diferentes en los distintos hogares. Hay hogares en que los niños tienen un espacio físico adecuado y hay casas pequeñas en que hay un alto grado de hacinamiento, el hacinamiento va de la mano de la violencia y no tienen espacios reales donde puedan hacer sus trabajos, sin contar con que muchos niños no disponen de dispositivos digitales en los cuales puedan hacer sus trabajos. Muchos niños rurales no disponen de computadores ni acceso fácil a las plataformas digitales de aprendizaje. Todos quienes están diseñando hoy día el trabajo académico, el teletrabajo académico deben tener presentes que esto es una situación de excepción, no sólo física, sino que sicológica.

“Hay mucha tensión, hay mucho miedo, hay mucha incertidumbre, y ese es un llamado de parte mía a aquellos que quieren que el año no se pierda y que se pasen todos los contenidos para que al final del año los objetivos de aprendizaje hayan sido logrados, eso es una utopía. No sólo eso, quizá eso es pasar por encima de lo que es un niño. Hoy día un niño es un ser pequeño y asustado. Es un adolescente que se pregunta qué va a pasar con mi vida. Yo pediría indulgencia y no nos pongamos como primer objetivo salvar el año escolar porque eso es algo inútil, pongámonos como primer objetivo cautelar el bienestar sicológico de los niños, eso es fundamental“, asegura la especialista en desarrollo emocional y aprendizaje

—Siempre buscamos que los niños estén el menor tiempo posible conectados a pantallas y redes sociales, ¿qué hacemos ahora?
—Yo creo que en estos momentos hay que tener manga más ancha, hay que multiplicar por dos el tiempo que uno les permite estar en redes sociales, no tanto en los videojuegos, que son muy tensionantes. En todo caso, hasta cierta hora, no más allá de las 8 de la noche. Después ojalá se busquen otras formas de interacción, se converse en familia, se vea una película juntos, se juegue carioca, pero ojalá no estar hasta las 11 de la noche conectados.

—¿Qué podemos aprender de una experiencia como ésta?
—Ojalá todos podamos aprender que tenemos una fuerza maravillosa que se llama resiliencia, que es la capacidad de ponerle el hombro a las adversidades y salir airoso. No digo no salir dañados, porque vamos a salir con muchos daños, probablemente pérdidas, pero salir airoso. Para poder activar la resiliencia en nosotros y particularmente en nuestros niños.

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—¿Tenemos todos esa capacidad de ser resilientes?
—Todos los seres humanos nacemos con un potencial de resiliencia intacto. Incluso los niños que nacen con daños cerebrales. Este potencial de resiliencia debe ser activado y enriquecido a través de las experiencias que vamos viviendo. Pero no es la experiencia la que nos hace resilientes, es el modo cómo enfrentamos la experiencia, y en los niños es clave en cómo acompañamos a los niños a enfrentar las experiencias. Por eso yo he insistido mucho en estos días, que el adulto tiene que hacer un doble esfuerzo, que es manejar su propia ansiedad, su propia incertidumbre, su propio enojo por estar encerrado, los propios roces, disgustos al interior de una casa, tienen que lograr llevarlos adelante y manejarlos para estar a plena disposición de los niños. Esta es una experiencia única, histórica en que nosotros le vamos a enseñar a nuestros niños a ser resilientes para poder enfrentar la multiplicidad de emergencias planetarias que van a venir en este siglo.

—¿Es la oportunidad de experimentar la solidaridad y el respeto que no vivimos por la carrera frenética en la que estamos todos los días?
—Este es un momento para aprender lecciones. Una de estas es el triunfo del amor, el triunfo de la bondad expresada en la solidaridad, en pensar en el otro. Escuchaba en las noticias que hay familias que están exigiendo que las nanas tienen que ir a trabajar, eso no es solidaridad. Eso es egoísmo. Tenemos que aprender a ser solidarios porque nuestros hijos nos miran y aprenden de nosotros a ser solidarios. También es el momento de dejar atrás las pequeñeces, también es el momento de aprender el arte de la comunicación efectiva, escuchemos lo que nos quiere decir el otro, escuchemos al esposo, a la esposa, al vuelo que está en la casa. Es el momento de aprender a resolver conflictos de manera pacífica y creativas. Todas estas tareas son las que nos ha traído el COVID-19, es un mensajero que ha llegado para decirnos: ustedes iban en el despeñadero, deténganse, enciérrense en sus casas y deténganse, no a odiarse entre cuatro paredes, si no a aprender que hay que dejar atrás las pequeñeces, aprender que hay que saber escuchar con atención plena, y aprender que los conflictos son instancias de crecimiento cuando los resolvemos de manera creativa y empática.

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