Por Pablo Figueroa

Iban cerca de 90 minutos de show. Todo sincronizado, un setlist de 23 canciones que ya iba por la 19. Eran las 23:05 de un show que comenzó pasadas las 21:30. Salvo el retraso, Coldplay mostraba aplomo, rigurosidad, respeto por su público al tener un concierto con buen sonido para todos (muy importante), visión y gestos como el de hacer pasar a cancha VIP a público de las entradas más económicas al azar.

Ya la vibra era buena desde el comienzo. Gestos valiosos para un Estadio Nacional que fue testigo de una pantalla que no dejaba ver el escenario a las personas en galería en un concierto de Iron Maiden -pasó ese desatino en 2016-; o el bajo volumen de Radiohead. Detalles que afectan al lugar de precio menor.

Coldplay en este momento es la banda más grande del mundo. Locura en Chile y en país que van. Después de ver el show, podría decirse que no se trata de música: es el mensaje de la reunión. Desde que se desmarcaron de la caricatura de ser una “versión dulce de Radiohead”, su popularidad explotó. Abrazaron los colores, la buena onda y el sentido del espectáculo. El mensaje se siente honesto, pese a saber que lo que presentan hoy lo hacen al lugar que van, cambiando el nombre al decir “son el mejor público del mundo”. Da lo mismo, se percibe intención, aunque no seas fan.

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My Universe es mejor recibida que Yellow, pero no se trata de nostalgia o valoración; se trata de decir que al menos durante dos horas de show “tenemos que amarnos”. Suena chistoso desde afuera, pero desde adentro hay esa vibra. Familias completas que no se aburren ni se cansan. Coldplay no es la banda más popular de la actualidad, es el medio de comunicación que sus fans usan para sentirse parte de algo. Eso es el arte: transmitir emociones y las de Coldplay conectan con una sociedad que, tras la pandemia y su posterior crisis económica, solo quiere cariño.

¿Los ingleses vieron en esto una oportunidad del éxito? No lo creo. Vienen hace rato en esto y creo que el destino los premia por ser personas antes que estrellas. Son los gestos, más que la inspiración. Cosas que pasan cuando no pareciera haber mala intención, como cuando la banda fue a cantarle a la galería, tras disculparse por el precio de las entradas en su primer show en Chile y luego tocar Don’t Panic frente a la puerta 8. Fue suerte, me dijeron desde producción.

Cantaron “Huesos, hundiéndose como piedras. Todo por lo que luchamos… Hogares…”, frente a un lugar que no está habilitado, cómo símbolo de que ahí se violaron los derechos humanos. Frente al cartel que dice “Un pueblo sin memoria es un pueblo sin futuro”, el destino puso a Coldplay como protagonista de uno de los momentos más emocionantes que la música ha dado desde la democracia. Fue el azar, y las ganas de hablar de amor y no de odio.

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