Por Daniel Matamala
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Las insólitas declaraciones de la nueva presidenta a la Asociación de AFP, en un reportaje de CHV Noticias y CNN Chile, incendiaron la discusión y no es la primera vez. Los voceros de las AFP tienen un historial de frases desafortunadas.

En 2016, su entonces presidente, Rodrigo Pérez Mackenna, dijo que la jubilación de las mujeres a los 60 años era un “acto de galantería”, como si ellas no se llevaran la parte más pesada de los cuidados y el trabajo doméstico. En 2019, su sucesor, Andrés Santa Cruz, calificó el recurso de una profesora para retirar el dinero de su cuenta como “que te metan el dedo a la boca y que además quieran jugar con las amígdalas”.

La prepotencia, la falta de empatía y la increíble desconexión con el sentir ciudadano han sido constantes, pero esta vez está claro que la paciencia de la gente se acabó.

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La edad de jubilación es un tema que debe revisarse junto con el aumento de la esperanza de vida, como está ocurriendo en todo el mundo, pero para hacerlo, antes debemos tener un sistema que esté legitimado. Uno en que las jubilaciones dignas sean una garantía y no un privilegio. Porque, ¿quién va a aceptar jubilar más tarde sabiendo que igual va a recibir una pensión miserable, mientras el negocio de las AFP sigue viento en popa?

No es difícil saber qué quiere la ciudadanía. La propia Alejandra Cox, que ha vivido cuatro décadas en EE.UU., ha contado que jubiló a los 62 años de edad, en el sistema público que rige en ese país y con una pensión que es el 70% de su sueldo anterior.

Las chilenas y chilenos simplemente quieren avanzar hacia un sistema que les permita tener también a ellos la misma seguridad y dignidad de la que disfruta la presidenta de las AFP.

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