Por Matilde Burgos

Creo que nunca se me ha dado esto de escribir columnas porque inevitablemente compartimos parte de nuestra intimidad. Pero aquí estoy, inaugurando la sección en CNNChile.com donde semanalmente mis compañeros y yo pondremos algo más que información sobre la mesa.

¿Y qué es de lo primero que quisiera escribir? De esta experiencia cercana a la de los sobrevivientes de un desastre que vengo sintiendo al informar todos los días a cuántos se está llevando el COVID, o con qué secuelas quedan los que se han recuperado.

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Probablemente hace un año, era poco lo que tenía en común con un ciudadano de Wuhan o de Wichita. Hoy tengo la certeza que nos une el mismo sentimiento de temor e incertidumbre, que lentamente empezamos a asumir con asombrosa normalidad, y que cuando esto llegue a su fin, nada tendrá el mismo significado que antes. Hasta hace un año, abrazar a mi mamá de 73 años me parecía de lo más normal, no hacía una reflexión profunda de cuánto me gustaba juntarme a almorzar con alguna amiga y pensar el futuro como un horizonte siempre más luminoso, era lo lógico. Hoy no puedo ni siquiera ir a ver a mi mamá, menos abrazarla; no hay ningún lugar para ir a almorzar con mis amigas, y aunque lo hubiera, no nos expondríamos a eso; y a las expectativas de un horizonte luminoso se han agregado muchísimas condiciones.

Esta pandemia va a marcar profundamente a nuestra generación y aún no sabemos cómo va a marcar a nuestros hijos el depender de una pantalla para estudiar o compartir con sus pares.

Lo que sí sabemos es que el individualismo se convirtió en un pésimo negocio. No sería posible enfrentar que Chile enfrentara la pandemia si los sistemas de salud público y privado no se hubieran unido. No habría sido posible desarrollar vacunas sin que todo el saber científico mundial se hubiera puesto en común. Y no es posible parar los contagios si cada uno de nosotros no renuncia a alguna de sus libertades. Finalmente todos dependemos de todos.

¿Y qué estamos aprendiendo?

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Aparte de resignificar, esta experiencia de sobrevivientes nos ofrece la oportunidad de ver y hacer las cosas de otro modo. En el mundo de las coincidencias, justo en estos momentos, Chile entero tiene la posibilidad de escribir un nuevo pacto. Estoy convencida que lo aprendido a fuerza de tantas muertes, no puede quedar ajeno. No podemos consagrar el individualismo, no podemos dejar de sentar las bases para enfrentar juntos una nueva emergencia, no podemos dejar de invertir en ciencia, no podemos dejar excluida esta nueva forma de trabajar, no podemos permitir que los intereses de un grupo pongan en riesgo a otros, y le dejo el resto de las enumeraciones a los que se conviertan en constituyentes.

Al comenzar abril estamos atravesando el momento más oscuro hasta ahora, pero nada es para siempre y creo que ser sobreviviente puede convertirse en una oportunidad.

Usted decide.

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