Por Jorge Jaraquemada
AGENCIA UNO

Desde que Boric ganó la elección de segunda vuelta presidencial hasta el nombramiento de su primer gabinete, la prensa ha destacado un ambiente cargado de emociones que, entre alegría y sorpresa, bien podrían resumirse en una categoría tan humana como incierta: esperanza. Por su parte, la racionalidad económica, los mercados, el dólar y los analistas esperaban estos nombramientos con cautela, para interpretar las señales que daría el nuevo mandatario con sus ministros. Aquello ocurrió el viernes pasado y la tendencia pareció apuntar hacia la buena impresión.

El bien del país, la prudencia y hasta una dosis de urbanidad recomiendan ser cautos y desearle a toda nueva administración que le vaya bien. Pero el Chile cada vez más volcánico e impaciente y el clima de polarización política que transitamos, nos llevan a considerar que ningún gobierno está eximido de tensiones que puedan devenir en una crisis. Por lo mismo, conviene examinar el nuevo gabinete más allá de lo que connota cada uno de los nombres que lo conforman y de los símbolos -algunos creativos, otros curiosos- que envolvieron la ceremonia de nombramiento.

Un primer punto es que no deberíamos esperar del gobierno entrante una mera administración. El presidente electo irrumpió en la actividad política por allá por el 2011 con un discurso que, junto al grupo que lo acompaña desde entonces, tenía como horizonte precisamente un cambio profundo en el diseño institucional del país. Tanto fue así que bien podríamos decir que la teoría de la gobernabilidad que primó desde el retorno a la democracia inició su desdibujamiento desde aquel año. Así también, al mirar la campaña de primarias y primera vuelta presidencial, Gabriel Boric fue consecuente con esa agenda refundacional y si bien en segunda vuelta giró hacia los temas que sabía le eran lejanos y esquivos, su narrativa de cambios siguió instalada. Y por si sobre esto quedara alguna duda, Daniel Jadue y el PC en general se han encargado de dejar en claro que el centro de gravedad de la coalición es el programa de gobierno. Más aún, las declaraciones de los futuros jefes de cartera emitidas este fin de semana apuntan precisamente a ser coherentes con su voluntad reformista, aunque haya diferencias en cuánta “ponderación” debe primar.

Hasta ahora, el paisaje nos indica, de un lado, que el Congreso será un contrapeso a la velocidad (o radicalidad) de la realización del programa de gobierno. De otro, que la Convención Constitucional jugará el rol exactamente contrario. Y que el ministro Marcel tendrá como objetivo generar las condiciones económicas para que esos cambios se realicen con responsabilidad fiscal. La lista de ministros da cuenta, en algunos casos de experiencia, en otros de rostros nuevos conocedores de sus materias y en la mayoría de cercanía con el presidente. Una mirada más amplia deja entrever otros elementos que deben ponderarse en el contexto que se abrirá desde marzo. Algunos se observan con más claridad que otros.

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No cuesta mucho asumir que una de las carteras más complejas será Educación. Dicho ministerio tiene al menos tres desafíos que sortear y que requerirán liderazgo, carácter y prudencia, como son manejar las expectativas respecto de la condonación del CAE, impulsar el retorno obligatorio a clases presenciales y presentar un plan de recuperación de los aprendizajes perdidos por miles de niños durante la pandemia. Si consideramos que el MINEDUC ha visto pasar nueve ministros de educación durante la última década (incluido uno que fue acusado constitucionalmente por el Congreso), el reto de lidiar con el Colegio de Profesores y con el mundo estudiantil no será una cosa menor para el profesor Ávila.

En la misma dirección, de un lado, el ministro Marcel deberá contener expectativas y, de otro, avanzar con cambios concretos dentro de un marco fiscal responsable. Las presiones que deberá afrontar vendrán por la izquierda y la derecha, pero sobre todo desde la calle indómita. Una calle en la que no estará ausente el PC. Como lo más probable es que para descomprimir estas tensiones se recurra a las esperanzas en la nueva Carta Magna, la pregunta es: ¿cuánto más aguantará la respuesta de que “la lentitud de los cambios es culpa de la Constitución del 80”? El aura, algo mesiánica, que se ha construido en torno al presidente Boric estas últimas semanas vuelve a poner la palabra “expectativas” en el centro de lo que se espera de su gestión.

Otro flanco importante, más allá de las positivas reacciones que generó el viernes, es el nombramiento de Siches en Interior. Con gran capital de popularidad e independencia partidista, ella misma ha alimentado las expectativas en torno a sus desafíos. En efecto, sin ser experta en seguridad, el domingo pasado y sin presión alguna señaló que era su deber “garantizar que no tengamos más víctimas (en la Araucanía), no tengamos más baleos a camioneros”. ¡Tal cual! Sus palabras no pueden leerse sino como el compromiso de que no puede morir nadie más en manos del terrorismo que azota a la macro zona sur. Pero basta con revisar el derrotero de la agenda violenta que se ha desplegado en esa región para deducir que es difícil cumplir este compromiso autoimpuesto. La pregunta que se vuelve insoslayable entonces es ¿qué presiones padecerá y qué decisión tomará si fracasa y siguen la violencia y los crímenes?

Finalmente, todo indica que tanto Jackson, como el mismo Boric, deberá hacer uso de su capital político para cargar con la mochila de los indultos. Capital que ante el Congreso podría verse mermado, de lado y lado, por su conocida soberbia. Y las presiones, varias violentas, apuntan a que ese foco de conflictividad seguirá abierto. Este tema, junto con La Araucanía, será central para medir el núcleo político del nuevo gobierno.

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La tarea de gobernar no será fácil. No sólo porque Chile se ha vuelto más indómito y la actividad política ha devenido en trifulca, sino porque la llegada al poder de esta nueva elite se ha erigido sobre estándares muy altos y promesas de cambios profundos. Por eso, más que seguir gastando tinta en el gabinete entrante, en el entendido que las promesas se cobran y la calle no tiene mucha paciencia, hay que ponerse en el escenario de un inminente segundo gabinete. Con todo, estamos partiendo de la base (o buena fe) que Gabriel Boric va a escuchar a sus ministros.

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