Por Álvaro Vergara
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1. Crisis.

Algunas teorías han comenzado a tomar fuerza a medida que los efectos del cambio climático y el deterioro ambiental se hacen insostenibles. El problema no es menor: las aguas subterráneas se acaban, los bosques se queman, los océanos se acidifican, las especies nativas se extinguen y toneladas de basura se acumulan sobre la tierra. Bajo ese marco, el “decrecimiento” ha surgido como una opción novedosa; con ella (supuestamente) el ser humano lograría vivir de modo sustentable, minimizando la destrucción de la naturaleza.

2. Cambio climático.

El fenómeno del cambio climático es una realidad, así lo constatan los múltiples informes de la IPCC (Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático). En su último reporte, el organismo afirma que este fenómeno sería irreversible. Por tanto, combatirlo por todas las formas imaginables que sean razonables para contenerlo no sólo resulta “aconsejable”, sino que imprescindible. Teniendo en cuenta lo anterior conviene advertir que este problema se utiliza (perversamente) para la satisfacción de agendas político- ideológicas de dudosa conveniencia y fundamentación. La activista Naomi Klein lo ha reconocido expresamente diciendo que los “derechistas tienen razón” cuando acusan que el cambio climático se utiliza para avanzar en la aniquilación del capitalismo (This Changes Everything 2014).

3. El desierto avanza.

Debemos tener claro que el presente problema no es solo de formas: es también de fondo. Más allá de algunas consignas o lugares comunes, nos hemos vuelto progresivamente indolentes e ignorantes con respecto a la configuración del mundo que nos rodea. No exageramos al decir que el fenómeno es crítico y que sus causas son profundas, pues, como señala Cristián Warnken con el título de su último libro, “El desierto avanza” . Esto no hace referencia únicamente a la deforestación de la tierra, sino a una más importante: la de nuestro espíritu.n

4. Nuestros actos tienen consecuencias.

La naturaleza posee un funcionamiento casi perfecto: sus componentes se integran en un todo armónico que permiten, a su vez, diferentes interacciones con otros seres. Flora y fauna utilizan una “tecnología” que ningún
humano ha podido inventar o imitar a cabalidad hasta ahora. El ser humano, por otro lado, tiene un potencial disruptivo. Este, como muestra el economista socialdemócrata Jeffrey Sachs (Las edades de la globalización 2021), desde que era un mero cazador- recolector ya detentaba la capacidad de alterar el orden natural, destruyendo ecosistemas completos. Debemos poner entonces mucha atención en los efectos que podrán generar nuestras acciones y políticas públicas, pues las acciones del hombre afectan en el medio y mucho.

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5. Crecimiento no implica destrucción.

Durante los últimos meses la teoría del decrecimiento (es decir, aquella que crítica la tesis del crecimiento económico constante debido a la destrucción del medio ambiente) toma fuerza en la discusión pública. Algunos piensan que trayendo teorías desarraigadas desde universidades del primer mundo podríamos solucionar nuestros problemas: basta conocer y aplicar. Haciendo afirmaciones falaces, se intentan imponer teorías abstractas a una realidad material cotidiana compleja Así, por ejemplo, en la columna “A favor del decrecimiento”, escrita por Lorenzo Velotti, María Paz Aedo y Gabriela Cabaña, se dice que “La evidencia histórica nos muestra que el crecimiento económico está y siempre ha estado relacionado con los procesos de colonización”. Con esa afirmación se omite el importante detalle de explicar qué sería la “evidencia histórica”.

Además, por supuesto, se desconoce que las diferentes metodologías contienen múltiples elementos normativos (no existe la imparcialidad en las ciencias sociales). Sin embargo, detener el crecimiento económico debido a sus eventuales implicancias fácticas es de una complejidad y utopía tal, que un compilado de citas de autores extranjeros no alcanza para justificarlo ni hacerlo realidad. Como dice Roger Scruton (Green Philosophy 2012), el cuidado de la naturaleza debe comenzar a través de iniciativas locales con asociaciones civiles e instituciones de pequeña escala, que logren modificar de verdad el orden productivo de abajo hacia arriba, sin descuidar el crecimiento. La verdadera y duradera sustentabilidad es aquella en la que participan activa y conscientemente las mismas comunidades, y no por medio de una imposición gubernamental o internacional. Una ciudadanía responsable y participativa es el pilar que logrará, a largo plazo, dar un sustento moral a la economía de mercado. Detrás de las cifras de crecimiento hay personas de carne y hueso que salen de la pobreza, por lo que el desafío es hacerlo con sustentabilidad (crecer con justicia ambiental, no dejar de crecer). De lo contrario, como suele ocurrir con este tipo de teorías voluntaristas, los más afectados serían los más vulnerables.

6. “Populismo climático”.

Quienes defienden esta idea probablemente no han tenido en cuenta uno de sus efectos no deseados que sí han recogido diversos autores en la literatura académica sobre el tema: el surgimiento de partidos populistas que  enarbolan la bandera del escepticismo climático, donde la “élite corrupta” serían los consensos científicos y el “pueblo virtuoso” aquellos que han perdido sus trabajos debido a las políticas sustentables (Bechtel et al 2017; Lockwood 2018; Huber et al 2021). Y esta situación es bastante posible a medida que se intentan desarrollar teorías similares sin prever sus probables consecuencias. Matthew Lockwood (2018) constata, por ejemplo, cómo los trabajadores de las industrias contaminantes en general son más hostiles a las agendas climáticas. En otras palabras: mientras más decrecimiento, más gente descontenta a la que representar por parte de políticos demagogos. En resumen, si la izquierda y otros grupos enarbolan la bandera del decrecimiento no será extraño que, más temprano que tarde, termine siendo desplazada por un populista o demagogo de signo contrario.

7. El dominio del idiota especializado.

El decrecimiento sin duda seguirá dando que hablar. Si bien las complejidades y misterios del mundo siempre han requerido un estudio especializado, este se torna peligroso cuando se olvida el alcance acotado de sus conclusiones. El gran defecto de la teoría del decrecimiento es que desestima los múltiples efectos sociológicos, materiales, políticos y también ambientales que podría generar. Los resultados de cualquier teoría particular se vuelven dañinos cuando, con cierta arrogancia, se intentan aplicar como si fuese infalible. Pero esto se seguirá omitiendo en la discusión, y no es nada extraño, pues nuestros investigadores están tan hiperespecializados en sus temas respectivos que ya no logran estudiar los problemas sociales como lo que son: un sistema. Estos hombres unidimensionales pueden llegar a ser el fiel reflejo del idiota especializado, en palabras del profesor Alejandro Vigo: “Alguien que solo entiende de un asunto o de una parte del asunto”. Sin una mirada integradora, teorías elitistas como la del decrecimiento seguirán siendo sólo un plegado de buenas intenciones pero con consecuencias catastróficas para quienes no puedan emigrar.

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