Por Mónica Rincón
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Es un gigante y al lado de él, la inmensa mayoría de los países parecen enanos en términos de poder económico e influencia. Pero frente a sus costas, hay una isla que no deja que el gigante esté del todo tranquilo: Taiwán.

Un muy breve resumen nos diría en 1949, tras el término de la guerra civil, los comunistas ganan y se quedan en China continental y que los nacionalistas del kuomintang ponen agua de por medio y se instalan en esa codiciada isla, que recién en 1990 comienza a transformarse en una democracia.

Hasta el día de hoy en esa puerta de entrada al Pacífico, el estatus quo rige recuperadas Hong Kong y Macao. Solo Taiwán se resiste a ser parte del gigante asiático.

El mundo mira con cierta preocupación esta tensión entre ambos. Durante días, con incluso ejercicios militares en el estrecho de Formosa.

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Estados Unidos recuerda que Taiwán es su aliado, que es cercano, pero actúa con cierta ambigüedad.

Una democracia pequeña y una gigante dictadura, frente a frente, pero sabiendo que en el fondo ambas prefieren que las cosas sigan como están. Salvo, que a veces una escala de tensión puede escaparse de las manos.

La mayoría del sistema internacional prefiere no intervenir, porque lo sabemos: frente a la China comunista hay silencio o se mira para el lado, incluso cuando su régimen viola los Derechos Humanos. Porque es un gigante, y negocios, son negocios.

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