Por Daniel Matamala
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Finalmente, Arabia Saudita ha admitido que el periodista Jamal Khashoggi fue asesinado en el consulado saudí en Estambul. Khashoggi, un crítico del régimen, entró a pedir un certificado para casarse al día siguiente.

Pero jamás salió de allí. Según han reconstruido informes de inteligencia, se le había preparado una trampa. 15 agentes de los servicios secretos llegaron a Estambul para participar del crimen, en que Khashoggi fue cruelmente torturado y descuartizado.

La monarquía saudí es una de los regímenes más opresivos del mundo. Una monarquía absoluta en que no hay Parlamento, partidos políticos, sindicatos, ni libertades civiles. En que las mujeres no pueden salir de su casa sin compañía o sin velo, so pena de ser arrestadas por la policía religiosa. La blasfemia y la homosexualidad se castigan con pena de muerte; también el adulterio, con muerte por lapidación.

Son los mismos castigos que aplica Estado Islámico (EI), aunque occidente, claro, ha sido mucho más benévolo con la tiranía saudí, aliada de Estados Unidos y, claro, poseedora de un quinto de las reservas mundiales de petróleo.

Un dato fundamental a la hora de ver qué tan duras son las sanciones de la comunidad internacional hacia el régimen que ha perpetrado este horrible asesinato.

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