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Pedro Castillo intentó un autogolpe de Estado en Perú. Cerrar el Congreso, intervenir el Poder Judicial y gobernar por decreto. Fracasó y pasó la noche finalmente preso, junto a quien intentó con éxito lo mismo 30 años antes: Alberto Fujimori.

Fue un intento de golpe patético en cuanto a lo mal hecho que estuvo, pero también totalmente antidemocrático, dictatorial, pero que no ha sido condenado como debería ser condenado por gran parte de la izquierda en América Latina.

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Algunos ejemplos, el presidente de México culpó a las élites políticas y económicas; el presidente de Bolivia culpó a la derecha de intentar derrocar al Gobierno; y el presidente de Colombia describió a Castillo como víctima de un golpe parlamentario en su contra.

El presidente de Chile no hizo algo similar, no se sumó a estas frases, pero llamó la atención que el primer comunicado de nuestro Gobierno se limitara a lamentar la situación, sin condenar explícitamente el intento de golpe, como si lo hizo luego en un segundo comunicado.

Es muy lamentable que parte importante de la izquierda latinoamericana siga teniendo una relación ambigua con el autoritarismo y que siga midiendo los atentados contra la democracia con un doble estándar.

Si los protagoniza la derecha, son condenados enérgicamente. Si los protagoniza la izquierda, en cambio, son explicados, son entendidos o incluso justificados.

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