Por Mónica Rincón
{"multiple":false,"video":{"key":"czoGIYtoMTS","duration":"00:01:47","type":"video","download":""}}

“¿Cómo va la paridad de género, guachita? ¿Nos juntamos en el baño? Tengo una luma con harto lubricante”. La parte más inaceptable de la funa a la senadora UDI Jacqueline van Rysselberghe en un aeropuerto. Inaceptable porque es violenta, porque es amenazante. Pero además, no se defiende el feminismo ni la paridad usando frases que refieren a una cultura de la violación tristemente aún presente en nuestra sociedad.

Es cierto, todos tienen el derecho de criticar y de manifestarse en contra de sus autoridades, de discrepar con ellas, de estar molestos, indignados. Pero el límite debiera ser siempre el respeto a la dignidad del otro.

Y aunque sea difícil, ese respeto no se funda en que concordemos con las ideas del otro, ni con sus actos, ni siquiera se funda en que sea o no una buena persona. No. Esto no es sobre Boric ayer o JVR hoy. Esto no es sobre quién “se merece” ser respetado y quién no. Porque nadie tiene que ganarse el resguardo a su integridad física o emocional; todos la deben tener garantizada.

Lee también: Mónica Rincón a senadores Castro y Ossandón por votación de paridad: “No se les ocurra regalar flores para el 8M”

En una democracia, lo que debiera ocurrir es que se rechacen estas agresiones siempre, no cuando es popular levantar la voz, no cuando le toca a alguien con quien se es afín, no cuando al final tú eres el agredido.

Una cosa es la libertad de expresión y otra agredir. No buscar dialogar e incluso cuestionar, sino amedrentar al otro. Son esos principios los que nos deben defender a todos, son los que separan a una sociedad de la barbarie.

Tags:

Deja tu comentario