Por Mónica Rincón
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En el ámbito de la salud hay pocas cosas más peligrosas que una pandemia, pero hay. El alarmismo, la ignorancia, y el individualismo, son tres. Y de ellas hay que cuidarse.

El alarmismo estresa los sistemas y a las personas, agota a los ciudadanos y al final es como el cuento de Pedrito y el Lobo: cuando la
amenaza es real, ya nadie lo cree ni reacciona. La ignorancia, porque implica no tomar conciencia de la magnitud del problema, poner en práctica medidas inútiles o incluso caer en discriminar a personas que estimamos peligrosas. Y el individualismo, porque significa velar sólo por mí. Como hemos escuchado en estos días: “pero si yo no estoy en grupo de riesgo”.

Contener el coronavirus es tarea de todos. Y la población de menor riesgo tiene el deber de proteger a la más vulnerable, ayudando a que la enfermedad se expanda lo más lento posible. El tiempo y gradualidad son valiosos en toda contingencia sanitaria porque permiten graduar el uso de medicamentos, camas o respiradores, y que estén disponibles para los enfermos más críticos.

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Porque además, pasar por un tiempo de aislamiento es siempre más complejo para quien tiene pocos recursos. En todos ellos debemos pensar y no tomarnos el coronavirus como algo que no nos incumbe.

La responsabilidad de las autoridades es dar en el tono justo, tomar todas las medidas necesarias y ayudar a crear conciencia, pero no alarma: de ese balance depende que un país reaccione bien y de manera sostenida.

Y claro, los medios de comunicación debemos hacer nuestra parte, no sólo informando con rigor y desmitificando datos falsos, sino que dando espacio suficiente para que estos contenidos lleguen a todos.

Un país no es una empresa, es una sociedad, y en este, como en otros temas, entre todos debemos cuidarnos.

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