Por Valeria Barahona
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Publicado por CNN

“Ya no tenemos derecho a preguntarle nada porque está fuera del lenguaje”, advierte el poeta y amigo del antipoeta, Raúl Zurita, al comenzar el primer ritual tras la muerte de Nicanor Parra. “¿Por qué le perdonamos todo? ¿Por qué amamos sus contradicciones?”, sigue el autor de “Purgatorio” con ese sentimiento tan propio e inolvidable en la voz . Es la 1:30 am del martes. Ya no queda nadie en el Liguria de Lastarria: así es el escenario perfecto para “la mafia” —como apodaba a su círculo —post mortem del antipoeta.

Es la primera vez que no falta nadie desde el funeral de Estado: su último editor, Matías Rivas; los fundadores de The Clinic, Patricio Fernández y Álvaro Díaz; el cronista Roberto Merino, una de las primeras autoras de los libros de entrevistas de Parra, Sabine Drysdale, y, por supuesto, su último biógrafo y encargado de invocar al espíritu inmenso que nos abraza y se ríe de todos desde el Cielo: Rafael Gumucio.

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“Los libros son ataúdes. Uno tiene que negociar con el fantasma. Fue difícil, sé los libros que hubiese detestado: se lo ganó, por mala persona”, bromea el autor de “Nicanor Parra, rey y mendigo” (Ediciones UDP, 2018), texto que se siente como jugar al sube y baja con el antipoeta, en medio de un día soleado en el campo de su Biobío natal, después de dos syrah. “Durante medio siglo la poesía fue el paraíso del tonto solemne. Hasta que vine yo y me instalé con mi montaña rusa”, me susurra al oído y cierra un ojo el galán eterno de Las Cruces.

Entre botellas nadie se atreve a citarlo, pero el espíritu del profesor que deseaba mear las paredes de la facultad en busca de su voz está más sólido que nunca, sino ¿quién nos habría juntado? ¿Quién llenaría las copas, los chistes e historias de amor y desamor que se suceden como en una coreografía? Fernández me abraza por los hombros con ternura: me siento aceptada como sicaria.

“Voy & vuelvo”, escribió Parra hace años.

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Hace ocho meses que este país es más fome, pienso mientras juego con mi nueva arma frente a los editores Felipe Gana y Fernando Claro. El antipoeta me regala 13 balas en las primeras 100 páginas de su primera biografía póstuma, donde Gumucio cuenta cómo Nicanor se convirtió en Parra.

1. Poder hablar, permitirse el derecho a hablar, fue su único combate.

 

2. (Parra ganó) una beca en (la Universidad de) Oxford en la que se había dedicado a no estudiar nada, y la impresión de comprender todo y no poder decírselo a nadie. “… Ya me morí una vez haciendo clases en la Escuela de Ingeniería (de la U. de Chile)”.

 

3. Resucitado, salía a la calle después de hacer clases y era víctima de alucinaciones criminales. Ganas de mear sobre los muros y escribir con su orina consignas terribles. Ganas de encabezar rebeliones de mendigos, ganas de morir y matar.

 

4. “Yo estaba tartamudeando —explicaba Parra a los alumnos de (la U. de) Chicago— para conquistar un discurso plausible. Entonces, como los discursos no me parecían plausibles, no podía hablar. Me parecía una mentira, una comedia, hablar como habla un profesor, por ejemplo, o como habla cualquier sujeto, o como habla un poeta establecido”.

 

5. (Pablo) Neruda quería unos “Esquinazos”, unos poemas semi folclóricos que le habían gustado cuando conoció a Parra en Chillán, en 1938. Parra sabía que si le daba eso estaría encerrado para siempre en el personaje que Neruda le había inventado. Tenía que hablar, tenía que lanzar su voz o morir para siempre.

 

6. El poema era parte de un libro, “Poemas y antipoemas”, que con más temor que ganas estaba a punto de publicar el ya no tan joven profesor de mecánica racional. Era 1954. Cumplía 40, había recuperado su propia voz, y fue el año en que, de una u otra manera, Nicanor Parra admitía haber nacido.

 

7. (Gumucio conoce San Carlos, en la Región del Biobío) Qué lejos nacer aquí, pienso, qué alejado de todo y de todos debió ser esto en 1914 (año de la partida de nacimiento de Parra). No hay nada hoy. Es difícil pensar que haya habido algo antes.

 

8. El hermano de muchos niños (el mitológico clan Parra) aprendió a ser el hijo único que era cuando lo conocí. Solo y único, padre, hermano, cuñado, hermano, marido, completamente solo entre los armarios y las monturas del abuelo.

 

9. Nicanor Parra es el único poeta que conozco que pasó su vida tratando de convertirse en periodista. Esa es quizá la obsesión de su poesía, convertirla en noticia. (…) Aunque no pudo soportar los horarios de cierre, ni la obligación de ser ingenioso cada siete días, no dejó de obsesionarlo nunca la posibilidad del periódico como el espacio supremo en que la poesía debía terminar. Su tumba y resurrección, el lugar donde todas las palabras se reciclan.

 

10. La muerte como una fiesta, el contagio como un destino, todo eso que es tan de la Violeta también es de Nicanor y de Roberto y del Tío Lalo. Gente que cuando llora parece estar burlándose de su propio llanto, y cuando ríe respira por la herida.

 

11. “(El papá) tampoco me gustaba que cantara, me parecía indigno, no sé, quizá porque estaba con algunos grados de alcohol por la cabeza. Yo iba por detrás (cuando Parra tenía diez años), que no me viera nadie, y mientras él cantaba yo le desafinaba las cuerdas, le torcía al revés las clavijas. Es un juego difícil, pero es un juego antipoético evidentemente”.

 

12. De eso va a hablar su obra entera, de esa doble orfandad de perder, con su padre, a sus hermanos; de quedar desnudo y a la deriva, abrazado a los cuadernos y los libros de clase como único flotador.

 

13. “No hay Violeta sin Nicanor”.

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