Por Osvaldo Artaza
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La pandemia ha expuesto la vulnerabilidad sanitaria tanto a nivel global como de cada uno de los países; y la escasa preparación con la que la mayoría de los diversos sistemas de salud han enfrentado esta crisis. Esta es la primera lección que nos queda.

Dicha vulnerabilidad está determinada por una débil gobernanza mundial en salud, por la existencia de profundas divergencias políticas, por desigualdades sociales y económicas -entre los países y al interior de estos- y por la fragilidad de la mayoría de los sistemas de salud en el mundo.

La pandemia nos obliga a revisar nuestros modelos de liderazgo a escala global y local. Esto ya que nuestro mundo globalizado parece funcionar relativamente bien para concordar intercambio de bienes, mercancias y capitales, pero está demostrando ser totalmente incapaz para actuar unitaria, organizada y solidariamente ante una profunda crisis que genera escenarios de incertidumbre y visibiliza las dificultades de actuar de modo mancomunado.

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Esta debilidad en la gobernanza de la salud global y la dificultad para actuar en común se traduce en que distintos países han decidido actuar individualmente, vía ensayo y error, asumiendo estrategias diferentes. Algunos han puesto el acento en testear, aislar y tratar de manera masiva e intensa, otros han optado por cuarentenas totales y otros por mezclas de ellas a tiempos diversos.

Más bien pareciera existir una orquesta desafinada donde cada instrumento va a un distinto compás, donde el director –que podría muy bien ser quien dirige la Organización Mundial de la Salud (OMS)- no sólo es poco escuchado, ya que al parecer posee pocas herramientas para alinear a los intérpretes, sino que además un líder tan importante como el presidente de los Estados Unidos se permite anunciar que en la práctica lo desea eliminar, que es la consecuencia lógica de que no se le pague las cuotas.

Todo esto, en el contexto de que la OMS y el Banco Mundial, hace pocos años atrás, había hecho un estudio en que prevenía lo que ahora esta pasando y que fue ignorado por los líderes políticos mundiales.

La experiencia internacional ante esta pandemia está señalando lo esencial de cuatro aspectos socioculturales:

  1. La confianza que se tiene en autoridades e instituciones.
  2. La capacidad de las personas para actuar organizada, disciplinada y solidariamente, con sentido de bien común.
  3. El soporte social básico que ofrece la sociedad a sus grupos más vulnerables, a objeto de que puedan soportar cuarentenas prolongada.
  4. La calidad de la información que se entrega a la población, vocerías unificadas, claras, transparentes y veraces.

Es evidente que nuestro país tiene mucho que mejorar en esos cuatro aspectos tan centrales.

Lo otro que, a mi juicio, queda como gran lección aprendida es la relevancia que tiene el contar, a nivel global y local, con un mejor nivel de vigilancia y prevención para poder enfrentar crisis sanitarias.

Para ello, resulta fundamental fortalecer el liderazgo de los ministerios de Salud, las capacidades de salud pública de los países y los liderazgos de las propias comunidades. Las comunidades son claves en generar poder de organización y de cuidado en los territorios. Es penoso ver entonces que las autoridades nacionales y las locales, los alcaldes, se vean en pugna y no existan mejores canales para la escucha y coordinación.

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Junto al empoderamiento comunitario, es esencial relevar y fortalecer el papel de la Atención Primaria a la Salud (APS). La APS debierá ser la primera línea de la defensa (identificación de población de riesgo, medidas preventivas) y el ataque al virus (testear y aislar). Desafortunadamente, en Chile como en muchos países, la APS ha vuelto a ser invisibilizada, perdiéndose toda la experticia de ese nivel para actuar con la comunidad y en los territorios.

Quedan como lecciones el poder fortalecer las capacidades institucionales para responder a emergencias de este tipo y hacer urgentes cambios profundos en salud, a fin de mejorar competencias de salud pública y potenciar la capacidad de la atención primaria.

A su vez, las tecnologías están demostrando ser clave para enfrentar crisis como la del COVID-19, por lo que debe estar disponible en todos los países, así como las capacidades locales para disponer de equipos e insumos, medicamentos y vacunas para toda la población; y finalmente, queda de manifiesto la importancia de pensar globalmente y de actuar localmente desde el apoyo mutuo para mejor resolver ante eventos de salud pública de la magnitud como la que experimentamos actualmente.

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