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El 6 de noviembre de 2013, a la 1 y media de la tarde, la socia de una pyme llegó a la sede del Banco de Chile para pedir un préstamo. Pero en vez de reunirse con algún funcionario de tercera línea, subió al segundo piso de Ahumada 251 donde la esperaba el dueño del banco, el hombre más rico de Chile, Andrónico Luksic.

Una reunión que, como sabe cualquier pequeño empresario, habría sido imposible de no ser por la acompañante de la socia de la pyme, el hijo de la entonces candidata presidencial Michelle Bachelet.

Un mes después, el banco aprobó un increíble préstamo de 6.500 millones de pesos para la pyme. Fue 1 día después de que la suegra de su dueña fuera elegida Presidenta de la República.

Según Compagnon, su marido “no habló, sólo saludó y se dedicó a mirar la oficina y a escuchar”. Ella en cambio se habría reunido 8 veces con Luksic, incluido un desayuno en casa del magnate para asesorarla en sus negocios.

Después de 3 años y medio de peripecias judiciales e historias increíbles de pequeñas traiciones, intrigas y conspiraciones, es fácil olvidar que así partió todo. Y que, más allá de los delitos involucrados, esto sigue siendo lo más importante del Caso Caval. La luz que arrojó sobre los favores políticos entre el gran dinero, el poder político y su periferia familiar.

Esa reunión, ese préstamo, esa relación, esos privilegios, son la foto perfecta del Chile que tiene hastiados a millones de chilenos. A los ciudadanos que sólo piden una cancha pareja, en que los contactos, la familia y el apellido no sea lo que separa al que lucha contra la burocracia bancaria del que tiene abiertas de par en par las puertas del poder, del dinero y de los favores.

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