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“Hoy día tenemos arrocito. ¿Atún queda? Es lo que nos queda, arroz con una rica salsa de atún, hicimos hoy día. No teníamos verduras, por eso no hicimos ensaladas. Como estamos con el tema de la cuarentena, no podemos salir a pedir“, dice María Tapia, una de las personas que dirige el comedor de Villa La Pradera.

No hay verduras, sí hay pan y amasado por ellos mismos. María dirige un comedor solidario en el campamento Manuel Bustos de Viña del Mar que no es cualquiera, sino el más grande de Chile con 1.647 hogares.

Se organizaron poco después de iniciada la pandemia y es que ya venían, desde octubre, con una preocupante falta de trabajo.

Las cajas de ayuda no han llegado a todos, de hecho en regiones no falta repartir cientos, sino miles de esas canastas, y el Manuel Bustos está en los cerros de más arriba.

“Muy rica, muy buena, vengo todos los días”, comenta uno de los pobladores que llega a retirar un almuerzo. Asegura que perdió su empleo en albañilería y carpintería, dadas las restricciones impuestas por la autoridad sanitaria.

Décadas de ollas comunes

“Normalmente, piensa la gente que Viña es puro Festival de Viña, que todo es Viña encanta. Viña es muy bonito, una de las mejores comunas para vivir por su belleza, pero nosotros siempre hemos creído que Viña tiene una pobreza dura desde sus inicios (…) y aquí estamos llegando a ese mundo. El Viña que siempre estuvo pero que no salía en la tele“, explica Marcelo Catril, sacerdote.

Marcelo lleva más de una década trabajando en la parte alta Viña del Mar. Esa de difícil acceso que en tiempos de lluvia se hace casi inexpugnable. Este sacerdote de la diócesis de Valparaíso, conoce muy bien estos cerros, sus recovecos, y la lucha de su gente que por décadas exige cosas tan básicas como agua potable.

El capellán de La Armada, del fútbol con el Everton y del circo chileno, hoy está dedicado 100% a enfrentar las consecuencias de la pandemia que golpean a estas miles de familias, quienes también lo sienten capellán del campamento más grande de Chile.

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Comedores solidarios

Tres son los comedores solidarios donde se entregan, en promedio, 250 almuerzos los días lunes, miércoles y viernes.

En este, más de treinta voluntarios de tres generaciones del Manuel Bustos. Todos sin trabajo a raíz de la pandemia.

Y pasan las semanas y la mercadería cada vez se hace menos.

Vino una persona a buscar para seis personas para su casa y no le pudimos dar, entonces estábamos justamente conversando que vamos a tener que usar tres fondos más esta olla porque cada día ya la gente se está entregando a que tienen que ir aunque les duela e ir con su ollita, les da muchas veces vergüenza”, dice María Medina, dirigenta del comedor Bella Vista.

Algo de lo que trae el sacerdote Catril ayuda a levantar otro fondo y así, poder alimentar a quienes viven la pobreza. “Esto lo dieron ayer por el cariño del mercado de Valparaíso, del Mercado Cardonal, ahí padre tiene para su gente y vamos a ir a otro ahora”, cuenta el sacerdote.

A estos dos comedores se suma un tercero, en un ala que nació en octubre de 2019 y le han llamado “Chile Despertó”. Aquí, aún no hay agua potable ni luz y son los mismos pobladores quienes consiguen que un camión pase a dejar agua.

Pero increíblemente no faltan las manos que quieren ayudar y a veces muy jóvenes. En este comedor el dueño de la cocina es hombre y de 23 años cuyo trabajo también se lo llevó la pandemia: Jorge Ibacache.

“Es harta pega, si aquí nosotros llegamos como a las 10, 9 y media y empezamos a trabajar“, comenta. Además señala que “hasta el momento” sí tiene para ayudar a los demás, pero que de necesitarlo él tendría que acudir a un comedor. “Algún día puede que lo necesite y tendré que venir igual”, añade.

Y eso algunos ya lo hacen. Y nos es fácil. Trabajar para tantos en tiempos de pandemia es también exponerse al COVID-19. Un ejemplo, María Medida tiene un cáncer y no ha dejado de estar ahí un solo día.

“Yo en la noche despierto y me pica la garganta que no puedo toser… a no digo yo, no me agarró esta cosa y me lleno de antibióticos por las mías y tomo limón y al otro día amanezco bien. Y yo creo que aquí todos estamos en la misma, porque todos tienen niños, tiene personas adultos mayores”, dice María.

Es la realidad de cientos de familias de la zona alta de Viña, de coleros de la feria, de quienes venden en la playa, y de a quienes, hoy por hoy, les falta para comer. Aunque, al menos, sí tienen a muchos que se preocupan por ellos.

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