Por Manuel José Ossandón
Foto: Agencia UNO

Estos últimos meses han sido una avalancha de momentos caóticos, emociones y apertura de temas tabú. Estoy convencido de que se avizoran cambios positivos para nuestro país. Ciertamente, estamos en un proceso de ajustes, porque Chile aún no ha cambiado. Estamos en medio de una transformación que creo va más allá de lo económico y social: estamos en medio un cambio cultural.

En esta vorágine, a la que se le suma una pandemia, todos hemos tenido que adaptarnos y reajustarnos a una nueva realidad.

En los próximos meses estaremos viviendo elecciones en todos los ámbitos y, además, iniciando el camino hacia el proceso constituyente. Se trata sin duda de un momento histórico, en que se están (estamos) definiendo las reglas del juego para las futuras generaciones de chilenas y chilenos.

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En este escenario, es comprensible la efervescencia y polarización de algunos sectores, de aquellos que hablan más fuerte o tienen los recursos para empujar ideologías y consignas. Y por eso mismo se requiere poner paños fríos.

No podemos estar sujetos a que los extremos definan el futuro de la mayoría. El proceso constituyente, con las actuales reglas y definiciones, debe ser el camino para construir el nuevo contrato entre todos los chilenos y chilenas, incluso aquellos que no suscribieron el propio acuerdo del 15 de noviembre del 2019.

Chile no puede refundarse pretendiendo arrasar con aquellos que piensan diferente ni a partir de una herida que aún sigue abierta para muchos compatriotas. Sin ir muy lejos, la experiencia de sociedades más avanzadas, aquellas que han sufrido guerras mundiales y civiles, debiera ser un punto de referencia o al menos ejemplos que considerar.

Hoy existe un acuerdo. Quizás no es el mejor para algunos sectores políticos, pero es un acuerdo y debemos respetarlo.

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La fijación de los 2/3 demandará a los convencionales elegidos el tener que esforzarse en dialogar para llegar a consensos que contemplen los diversos puntos de opinión, evitando así imponer un modo de ver el mundo por sobre otro. La sociedad chilena que queremos para el siglo XXI y los que vienen no puede basarse en una sola visión de mundo o ideología determinada, sino que nuestras nuevas reglas deben ser una mixtura o compostaje que represente a la diversidad que hay en Chile. Peor aún, no puede ser construida a base de derrotados y vencedores. Por eso, la norma de los 2/3 es un instrumento fundamental.

Siempre habrá voces que quieran imponer sus posturas, incluso cambiando las reglas del juego, pero es un deber colectivo defenderse ante tales artimañas y hacer respetar la voluntad de la inmensa mayoría que aceptó el proceso constitucional y sus criterios y que, basándose en éstos, clama por paz social. Así, y solo así, se construyen los grandes países.

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