Por Isabel Margarita Lavaud Petric
Agencia UNO

Caminar por las calles de Santiago de Chile ha llegado a ser peligroso y preocupante; desde hace algún tiempo se ha perdido la tranquilidad. Incluso podríamos decir que hoy ya no existen barrios seguros en la comuna de Santiago.

Los grafitis, malos olores, basura y delincuencia se apoderaron de las calles y veredas, haciendo que quede en el olvido ese Santiago próspero e histórico que tanto orgullo nos hacía sentir. Al mismo tiempo, vemos con horror como verdaderas mafias y la ley del más fuerte se han ido apoderando del casco histórico y sus alrededores.

No es novedad que desde el año 2019 Chile cambió: la violencia se apoderó de las capitales regionales, muchos barrios se transformaron en “zonas cero” con entornos crudos, víctimas del abandono y vandalismo, la calidad de vida para los vecinos de esos sectores se deterioró a niveles impensables. Junto con esto, se instaló en la sociedad una sensación de impunidad y de ausencia de ley y orden: las normas y ordenanzas en materia de salud, aseo, higiene y comercio no se respetan, la autoridad no fiscaliza y si lo hace, no tiene la capacidad de hacer cumplir la ley.

No podemos olvidar a ciudades como La Serena, Copiapó, Concepción o Valparaíso, que también fueron afectadas por niveles de violencia nunca impropios de la democracia y el estado de derecho, transformándose en víctimas de las protestas de octubre y noviembre de 2019 y que todavía exhiben efectos de la destrucción a la que fueron sometidas. La capital de nuestro país fue sin duda una de las más afectadas, y desde la perspectiva simbólica ha sufrido un daño que permanecerá por décadas.

Pese a que esa ola de violencia y vandalismo inicial ya parece haber terminado, que los saqueos ya no son pan de cada día y que lentamente la ciudadanía comienza a ser menos tolerante con ella, sus consecuencias en otros ámbitos parecen haber aumentado con el paso de los días, tornando insostenible la situación. El centro de Santiago se ha visto sumergido en un espiral de violencia que hasta hace un par de años era prácticamente inimaginable: ejemplo de esto son los robos con armas, el comercio ilegal, la falta de orden vial, la prostitución extendida, el cierre de locales comerciales producto de constantes saqueos y asaltos, además de las recientes peleas de menores de edad con armas blancas en calles concurridas y a plena luz del día.

Ante todo esto, surgen legítimamente las algunas preguntas: ¿Qué se está haciendo al respecto? ¿Las autoridades que tienen facultades en la materia, están jugando algún rol activo? ¿Cómo llegamos a este estado de deterioro? ¿Se puede revertir la situación?

 

Fue recién el lunes 28 de noviembre que la alcaldesa de Santiago, Irací Hassler, emplazó al gobierno del presidente Gabriel Boric -con el cual comparte coalición, ideas y agenda política- para que se hiciera cargo de esta violencia y por ende recuperara la seguridad en las calles. Este emplazamiento es una respuesta a la viralización del video que muestra a dos niños de nacionalidad extranjera peleando y amenazando con armas blancas a otros vendedores, un espectáculo preocupante y quizá sin precedentes que puso a la población en una alerta aún mayor.

Claramente, la preocupación llega tarde, sobre todo si se considera que es el mismo municipio el que no ha estado a la altura de poner mano firme ante esta situación, que en un comienzo, prometió “legalizar” a los vendedores ambulantes y brindó su apoyo públicamente por medio de la cuenta de Twitter de la actual alcaldesa. Pero como nos hemos dado cuenta estos últimos meses, “otra cosa es con guitarra” y hoy -ante la innegable realidad de una crisis de seguridad de grandes proporciones que genera una evaluación negativa de la inmensa mayoría de los vecinos- decide poner como prioridad la seguridad a través de la restitución de los espacios públicos.

La restauración de los espacios públicos no solo pasa por ordenar el comercio ilegal, controlar la delincuencia y frenar la prostitución, sino que también pasa por recuperar y mantener vivo nuestro patrimonio cultural e histórico. Prácticamente, no existe ningún edificio en el centro de la capital que no haya sido víctima del “arte” de los rayados, que lo único que hace es provocar destrucción de nuestros lugares de encuentro y deteriorar nuestra historia como nación: restaurar un lugar patrimonial no es algo simple y requiere de un largo trabajo a manos de expertos y de grandes presupuestos para ello.

Santiago fue fundada en 1541 y desde ese entonces la comuna alberga parte importante de nuestra historia -tanto monárquica como republicana- la cual es la base de lo que hoy somos como país. Esta historia está plasmada en espacios como el actual Museo Histórico Nacional, la Plaza de Armas, la Catedral, la Biblioteca Nacional, la Iglesia San Francisco, la Universidad de Chile, el Museo de Bellas Artes y otros lugares que lamentablemente fueron afectados por la violencia y delincuencia.

El centro de Santiago siempre se caracterizó por ser un lugar de encuentro: los barrios de la comuna eran íconos y referentes nacionales e incluso internacionales. Por ejemplo, el Paseo Ahumada, el cual fue por años un lugar donde los chilenos acudían a realizar sus compras diarias y que hoy no es más que un sitio en estado de abandono, que no convoca, sino que es un recuerdo de la destrucción vivida, y que al mirar los registros gráficos antiguos lleva a la nostalgia de lo que fuimos en algún minuto. Este es solo uno de los ejemplos que se pueden mencionar.

La situación es crítica y urge revertir este proceso de deterioro cuanto antes, ya que aun cuando hemos dejado pasar mucho tiempo, todavía existen una mínima esperanzas de recuperar aquel Santiago: volver a pasear por la Plaza de Armas con tranquilidad, entrar a la Catedral o tomarse un café en la histórica Confitería Torres. Sin embargo, esta recuperación debe tener sentido de urgencia, pues dejar pasar más tiempo intensificará los problemas actuales y sumará otros nuevos que harán que Santiago se transforme en tierra de nadie, y en un lugar al que se va por obligación (trámite, trabajo, estudios, etc), mas no por el ánimo de visitar, recorrer y disfrutar.

No podemos dejar que la incivilidad le gane a la civilización, que la cultura de la destrucción y la violencia le ganen al orden y al progreso, que la cultura del olvido le gane a nuestra historia republicana y a su patrimonio. Necesitamos recuperar todos estos espacios públicos, para que nuestras futuras generaciones se sientan orgullosas de Chile y sus logros. No podemos rendirnos ante quienes se empeñan en destruir lo que por años hemos construido. Hoy está en riesgo nuestra seguridad, pero también nuestra historia y la vida en común.

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