Por Álvaro Vergara
AGENCIA UNO

Hoy se cumplen tres años del día más oscuro del Chile posdictadura. El mismo que puso término a la tensa estabilidad de la transición. En aquel momento todo se veía lúgubre: mientras nuestras calles humeaban y el presidente Piñera comía pizza, la oposición -hoy gobierno- abandonaba cualquier actitud republicana con el fin de capitalizar el estallido.

Chile todavía vive los coletazos de ese proceso. Más aún: ninguno de los problemas sociales se ha solucionado, ni siquiera el constitucional. De hecho, hoy la situación es peor que la que propició la subida de los treinta pesos. Nuestro país será el único de la región que no crecerá este año y que decrecerá el siguiente, las zonas de sacrificio siguen existiendo, la sensación de abuso y las desigualdades de trato en los servicios sociales se mantienen, la inflación deterioró el poder adquisitivo de nuestras familias y la delincuencia junto a la inmigración descontrolada se han convertido en una pesadilla.

¿Lo peor? No se ve ninguna reacción a la altura de las circunstancias.

Es cierto que a partir de octubre la nueva izquierda logró conquistar la Convención y, más tarde, el Ejecutivo. Sin embargo, eso no quiere decir que su proyecto político sea el que anhelan los chilenos. Muy por el contrario, la falta de sintonía con las demandas de cambio con estabilidad desembocaron en el rechazo de la mayoría de los ciudadanos al proyecto constitucional y político de ese sector. Aprobar la propuesta significaba también consagrar al octubrismo como parte de nuestra identidad. De ahí que Chile haya optado por no seguir ese camino.

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El repudio entonces no fue solo a una Constitución mala, sino que además a una forma de hacer política que nos dividió. Y como la nueva izquierda decidió unir su proyecto al del octubrismo constitucional, el Gobierno terminó dañado y rechazado a la vez. Así, mientras los chilenos han visto reducida su calidad de vida, la actual administración, al hacer suyo un diagnóstico errado de las prioridades de nuestros conciudadanos, no ha logrado encontrar el rumbo. Se arriesga, con ello, a que el tiempo que les queda en La Moneda sea un puro despilfarro.

Más allá del asunto constitucional, es lógico que octubre haya empeorado nuestras vidas. Si el estallido destruyó y puso en suspenso una parte importante de las ganas de invertir en Chile; la pandemia, junto al irresponsable juego político de los retiros y los ofertones de transferencias directas ofrecidas por Piñera, fijaron la tónica de la crisis inminente que vivimos. Y ahora el presidente Boric, sin convencionales que desvíen la presión, lo tiene difícil. Esto por el simple hecho de que sus colaboradores, al estar ligados al octubrismo, no cuentan ni con el respaldo ni con la credibilidad para reestablecer el Estado de derecho. En otras palabras: los “no son 30 pesos, son 30 años” no solo nos dejaron con una crisis económica y sin nueva Constitución, sino que quizá también nos dejen sin gobierno por más de tres años.

Es duro decirlo, pero ¿cómo restaurar el orden si las personas a cargo de hacerlo avalaron hace solo tres años el desacato a las normas? ¿Cómo construir servicios sociales compartidos si se quebraron socialmente al ser denunciados por los mismos como injustos y abusivos? ¿Cómo mantener el orden público si el sector político a cargo les quitó todo respaldo a las policías, a veces apresurada e injustamente? ¿Cómo pedir colaboración al mundo privado si no fueron capaces de colaborar con él antes? ¿Cómo pedir buena fe ahora si, cuando la República pendía de un hilo, gran parte de Apruebo Dignidad no tuvo visión de Estado ni un mínimo afán de ser una oposición constructiva?

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Octubre es el símbolo de todo ese desfalco y, por lo mismo, debería ser un periodo de reflexión y autocrítica para intentar dilucidar cómo llegamos a este punto. Asimismo, debe ser una instancia para conmemorar las lamentables violaciones de DD.HH. cometidas por agentes del Estado. Pero no mucho más. Políticamente hay poco que rescatar de esa fecha caracterizada por su estética okupa de suciedad, destrucción y grafiti. Ese mes quemaron el Metro, se normalizó la funa, se humilló con “el que baila, pasa”, y se consagró la impunidad para el que destruye nuestras ciudades. Y no debemos olvidar que fue también el mes derrotado por el acuerdo del 15 de noviembre y por el plebiscito del 4 de septiembre.

Si la generación que hoy nos gobierna se mantiene anclada a ese mes vencido, la única transformación que logrará será la de ellos mismos, convirtiéndose en la figura del nieto que dilapida el patrimonio de su familia. El abuelo, con esfuerzo, trabaja y se las ingenia para lograr fortuna (Aylwin y Frei). Después, el hijo, siendo testigo del sacrificio de su padre, la administra con prudencia e incluso logra incrementar lo heredado (Lagos, Bachelet 1, Piñera 1). Y luego el nieto, que creció con comodidades inimaginables para sus antecesores, termina por desperdiciar todos esos años de esfuerzo.

Deben decidir: es octubre o la República.

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