Por Álvaro Vergara
AGENCIA UNO

En junio de 2018, el video protagonizado por un joven abogado de la Universidad de Valparaíso se hizo viral debido a un hecho que hoy parecería insólito. Durante una sesión de la Comisión de Defensa Nacional de la Cámara de Diputados, los diputados se escandalizaron porque un constitucionalista asistió “sin corbata ni chaqueta”.

El experto, no obstante, siempre estuvo un paso adelante. Luego de explicar que no utilizó la prenda porque hacía calor, decidió no quedarse callado y, en su legítimo derecho, contraatacar. Rascándose la mejilla y mirando hacia un lado, hizo una jugada más vieja que el hilo negro: tirar el currículum encima de la mesa. De esa forma, sabiendo que era grabado, dijo: “He participado en muchas comisiones […] yo soy abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, soy Doctor en Derecho de la Universidad de Barcelona, soy Magíster en Derecho de la Universidad de Chile y soy Magíster en Filosofía de la Universidad de Valparaíso”. Los antiguos estatus de clase parecen haber sido reemplazados por los títulos de universidades. Se trataba nada más y nada menos que del hoy convencional Jaime Bassa.

No sabemos si esto fue lo que posicionó a Bassa, pero sí está claro que constituyó un hito que lo hizo más conocido: el video tiene más de 3.000.000 de reproducciones en YouTube. Asimismo, ese registro es importante porque nos aportó diversos indicios sobre la personalidad del ex vicepresidente de la Convención Constitucional, sacando a flote una de sus principales características: su fuerte elitismo. El mismo elitismo del que se han contagiado también muchos convencionales y que les ha impedido advertir las distancias crecientes de la ciudadanía con el proceso constituyente.

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Bassa es un político astuto. Habla siempre tranquilo, pausado. A diferencia de Fernando Atria, por ejemplo, Bassa no se inquieta cuando le rebaten. Quizás por eso Apruebo Dignidad, coalición de ambos constitucionalistas, decidió confiarle al segundo la calidad de vicepresidente, pese a que Atria fue uno de los primeros y más reconocidos apologistas del cambio constitucional. Bassa se mueve bien en las discusiones, es consciente de sus capacidades y en los programas y medios a los que es invitado conversa con calma, pues confía en el elevado nivel de sus respuestas, probablemente difícil de rebatir por parte de quienes lo entrevistan.

Sin embargo, pese a esa inmutabilidad exterior, el domingo recién pasado en Tolerancia Cero, en una especie de salida anómala, Bassa demostró no ser el mismo de siempre. El abogado se veía tenso y presionado. Quizás hasta desesperado. No es menor, ya que el rechazo a la nueva Constitución ha parecido ir transformándose en un movimiento ciudadano antielitario y sin líderes (tal como el estallido social, pero sin violencia) al que se ha hecho difícil combatir. Cada día que transcurre crece el escepticismo hacia la nueva clase que pretende refundar el país por medio de una Constitución pétrea y —paradójicamente— llena de trampas. Es como si la Convención, en lugar de reparar, solo hubiera logrado profundizar los recelos y desconfianzas ciudadanas con una política incapaz de mirar fuera de sí misma.

Recordemos lo siguiente: Jaime Bassa, en febrero de 2021, twitteaba: “La ‘campaña del terror’ ha sido un medio ampliamente utilizado para impedir que se produzcan cambios políticos, económicos o sociales que perjudiquen los intereses de un determinado sector”. Ahora el autor de “La Constitución que queremos”, jugando con lo mismo que denunciaba, presa de sus propios dichos, dice, de nuevo sin inmutarse, que si gana el Rechazo “vamos a tener una crisis social y política importante”. ¿Surge acaso un “coro catastrofista” por el Apruebo?

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La lógica de Bassa es curiosa: ¿a qué grupo perjudicaría el Rechazo de una Constitución improvisada, maximalista y llena de incongruencias, sabiendo la farra que se dieron los constituyentes con el articulado en curso? Principalmente, a los convencionales de izquierda. Estos últimos, teniendo los 2/3 necesarios para aprobar las normas en el Pleno, están fallando en su única tarea: no han sabido construir un texto legítimo que genere un acuerdo mayoritario que pueda mantenerse en el tiempo. Y lo tienen claro, por eso desesperan. Saben que son los grandes responsables.

Es preocupante ver cómo la nueva clase constituyente no se demoró mucho en caer en prácticas incluso peores a las de los políticos antiguos. “Cocinas” para definir asuntos claves, exclusión del opositor político, funas cobardes, legislación deficiente y, sobre todo, un resultado que, por el momento, no es claro que pueda solucionar los problemas más urgentes de los chilenos. Las encuestas ya comienzan a mostrar el hartazgo de las personas no solo con respecto al articulado, sino también con las formas de trabajo, la actitud despreciativa hacia el pasado, una atención excesiva en los simbolismos y la falta de experiencia que han mostrado muchos de sus miembros.

Con ese tipo de frases, Bassa copa portadas haciendo una ridícula campaña anticipada por el Apruebo. ¿No habían dicho muchos convencionales de su sector que todavía no se podía opinar —ni menos criticar— el borrador de la Constitución “porque esta no está terminada”?

Será interesante ver cómo sigue evolucionando Bassa y si su desesperación permanece, aumenta o si se transforma en frustración. No porque importe tanto su figura en sí misma, sino porque es una buena metáfora de lo que está pasando dentro de la Convención: si se rechaza la nueva Constitución o se aprueba bajo márgenes estrechos e insuficientes, ¿se podrá, ahora sí, realizar alguna vez una crítica?

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