Por Mónica Rincón
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La elección de la dictadura de Qatar como anfitrión para el Mundial fue una pésima decisión. No es primera vez que un régimen autoritario alberga citas deportivas, por ejemplo, China ya recibió los Juegos Olímpicos.

Pero además, allá el costo en vidas para hacer posible esta “fiesta deportiva” fue horrible. Y era previsible: The Guardian denunció que desde 2010, 6,500 migrantes murieron en Qatar por accidentes laborales, suicidios y otras causas como el calor.

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Esto no es sólo sobre trabajadores migrantes que constituyen el 90% de la fuerza de trabajo que construyó estadios y hoteles. En Qatar, el sexo fuera del matrimonio y las relaciones sexuales homosexuales están penalizadas con 7 años de cárcel, las terapias de reconversión se aplican y ni que hablar de otras libertades.

Ni Qatar ni China ni Chile. Ni negar fondos para Museo de la Memoria, ni sentarse a ver un partido sin tener conciencia de dónde se juega. Autoridades y ciudadanos, todos tenemos responsabilidad.

Los derechos humanos deben nutrir y condicionar la toma de decisiones de países e instituciones. Su defensa no puede tener sesgo ideológico, ni indulgencia selectiva en su área de aplicación. Recordarlo es deber de todos.

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