Por Mónica Rincón
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Ya están corriendo las 72 horas que tiene John O’Reilly  para irse de Chile. Más allá de lo deseable que sería su salida para la víctima y su familia, debiera serlo para todos los chileno. Porque ya lo hemos escuchado hasta el cansancio, ¿no? Chile le abre sus puertas a los inmigrantes que vienen a aportar, no a los que delinquen. Y O’Reilly está en esta segunda categoría, aunque use traje de cura, porque el apelativo de padre, ni en broma.

Aparte de varias otras acusaciones, la justicia determinó que abusó reiteradamente durante 2 años de una menor desde que tenía 5 años, mientras él era su guía y profesor, aprovechándose de la confianza que tenían sus papás en él porque creían que era un líder espiritual, no un depredador.

Este caso muestra lo peor de alguien que hasta hoy, según el informe psicológico, es incapaz de empatizar con su víctima o asumir el delito que cometió y el daño que ha causado. Sólo cree que “hay conductas que podría haber evitado”. Alguien que se sigue escondiendo en una sotana.

También muestra la falta de empatía de una Congregación, Los Legionarios, que lo envió a cumplir su condena a 10 cuadras de la casa de la víctima. Congregación que, hasta el día de hoy nunca, nunca le ha pedido disculpas a la familia o a la pequeña.

Este episodio recuerda la menos cristiana de las caras de la Iglesia Católica. Cómo entender que condenado por la justicia civil por abuso reiterado, siga siendo sacerdote, que el Vaticano demore tanto cuando a otros sin condena alguna los ha castigado. Pero no, O’Reilly podrá circular libremente y vestirse de “pastor de almas”.

Cumplida su condena o presenta recursos, o se va, o lo echan las autoridades.

Un caso que pondrá a prueba las instituciones, porque expulsar a un colombiano o a un haitiano con cámaras encendidas incluso, es fácil: otra cosa es hacerlo y darle igual trato a un hombre que se vinculó por décadas con los más poderosos del país. Alguien parte de una élite que lo protegió hasta que públicamente no fue bien visto hacerlo, alguien que aún conserva muchos (aunque ahora más silenciosos) defensores.

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