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Él persigue, ella persigue, ellos persiguen, tú persigues, todos persiguen. En estos tiempos es el verbo más conjugado en Bolivia.

Una vez que fue “invitado” a renunciar por los militares, tras las acusaciones de fraude electoral, a Evo Morales lo pretendieron enjuiciar por terrorismo y sedición.

Mismos cargos que enfrenta ahora la ex mandataria interina y presa, Jeanine Áñez. Los partidarios de uno y otra, antes y ahora, han acusado persecución política y organismos como Human Rights Watch (HRW) han respaldado, en ambos casos, esas aprensiones.

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Los hechos punibles deben ser investigados: violaciones a DDHH, corrupción, si hubo o no fraude en el caso de Morales, si hubo o no Golpe de Estado en el de Áñez. Pero esas investigaciones no pueden ser espurias, porque el riesgo es instrumentalizar la justicia con fines políticos. Y eso es un ataque al corazón de cualquier democracia.

Mientras, el nuevo presidente, Luis Arce, tiene que buscar la forma de vivir sin que la sombra de su mentor, Evo Morales, lo oscurezca y enfrentar una compleja crisis económica a raíz de la pandemia.

Para lo segundo debiera estar preparado; fue el ministro responsable del llamado milagro económico boliviano: más de 5% de crecimiento anual durante una década, impulsado por las materias primas, nacionalizaciones, bajos impuestos en otras áreas, desarrollo del agro y una política de inclusión social.

La esperanza es que la oposición y el oficialismo aprendan a ganar sólo en las urnas el poder, la esperanza es que la alternancia sea un valor y no sinónimo de inestabilidad. Porque como dijo el presidente de Bolivia: “el poder debe circular igual que la sangre en el cuerpo”, o sea, renovarse, limpiarse, no quedarse estancado nunca en una persona o en un grupo.

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