Por Mónica Rincón
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Los presidentes no heredan problemas, se supone que los conocen de antemano, por eso se hacen elegir para corregir esos problemas. Culpar a sus predecesores es una salida fácil y mediocre”. Palabras de la hoy, transversalmente alabada, Angela Merkel, que después de 16 años dejará su cargo.

Irónico que la aplauden todos, pero ¿todos estarían dispuestos a seguir sus políticas? Es la líder que ante preguntas incómodas anima a la prensa a fiscalizarla más. Es que, ante crisis como la siria, abrió las puertas a 800 mil refugiados. Por humanidad, pero también por la visión, que regularizados ayudarían a sostener su sistema de seguridad social que envejecía, dinamizarían la economía y pagarían impuestos.

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Merkel es la canciller que combatió el populismo de izquierda y de derecha. Y que cuando fue necesario, opto por la impopular, pero responsable, austeridad. La que en pandemia incitó a seguir los consejos de la ciencia.  

Pudiendo quedarse en el poder, decidió partir. La que se declaró feminista y que dijo que todos y todas deberíamos serlo.  

¿Los que la aplauden la imitarían?

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Por cierto, está lejos de ser perfecta y entregar un país de sueños. Pero sí esta nación, que ha sabido navegar crisis enormes, es mejor que antes de su mandato, y sobre todo, los alemanes han tenido una líder que ha sabido pedir perdón y reconocer que se equivoca. 

60 millones de ciudadanos no le dieron la victoria a su partido, pero el 70% valora a Merkel, y hubiera votado por ella, y muchos o buena parte, habría votado por ella si se repostulaba.  

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