Por Mónica Rincón
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No surge de la nada un candidato como Jair Bolsonaro, que estuvo muy cerca de ganar la elección presidencial en primera vuelta.

Es el hastío, con razón, de los brasileños con la corrupción con una clase política que transversalmente tiene problemas con la justicia. La mitad del Congreso brasileño tuvo o tiene procesos en tribunales. Ningún partido se salva.

Es también el hastío frente a la incapacidad para seguir desarrollando a este gigante país. Porque es cierto que con el Partido de los Trabajadores se sacó a 40 millones de personas de la pobreza, pero los brasileños querían más y la economía empezó a decaer con Dilma.

Pero probablemente más que eso y no es sólo Brasil. Lo vimos en Estados Unidos, en el crecimiento de la extrema derecha en Alemania y Francia, en Venezuela con Chávez, que fue electo presidente después de haber intentado un golpe de Estado como militar, o en Italia y sus nuevas autoridades.

La democracia está al debe. La globalización deja a muchos fuera. Bolsonaro y otros son sólo el síntoma.

Mientras en Chile unos (entre ellos los que defienden a Lula) se espantan, y otros celebran la elección del candidato, dicen, el candidato de los valores y la seguridad.

Claro, Bolsonaro es partidario de que los ciudadanos porten armas, pero eso nunca ha traído más seguridad. El candidato de los valores, agregó el senador Ossandón, pero… ¿de cuáles valores?

¿Del que prefiere que un hijo muera a que sea homosexual? ¿Del partidario de la tortura? ¿Del que propuso cerrar el Congreso? ¿Del que cree que la dictadura de su país debió haber matado más gente y también la de Pinochet?

No ha sido sacado de contexto, esa ha sido su postura desde hace años, mucho antes de la campaña.

En campaña: mano dura en seguridad y economía. Con ese discurso actual y con su historia de dichos a cuesta está muy cerca de llegar a ser el nuevo presidente de Brasil.

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