Por Matilde Burgos
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Cuando vemos que 1 de cada 3 escolares ha consumido marihuana en el último año, y que esa cifra es el doble de los que consumían hace diez. Cuando vemos que consumen también cocaína, pasta base, y que el 30% declara haber bebido el último mes. Cuando finalmente nos encontramos que Chile ostenta el triste primer lugar en consumo de drogas, alcohol y estupefacientes de América.

En una semana en que, además, vecinos de la comuna de La Granja apenas pudieron dormir por los disparos después del funeral de un narcotraficante, nos convencemos que la tarea es urgente.

Por eso es que escuchamos con atención cuando el lunes el presidente Piñera anunció en cadena nacional la aplicación de un modelo que ha sido exitoso en reducir el consumo de alcohol y drogas entre sus jóvenes, el modelo islandés. Suena bien.

Pero, ¿podemos aplicar en Chile lo que tiene éxito en Islandia? ¿Podemos esperar resultados cuando no vamos a poder aplicar todas las medidas que implementó un país que parte de una base más alta que Chile.

Islandia es un país de 356 mil habitantes (sólo en Santiago viven 20 veces más personas, 6 millones), que tiene un ingreso anual per cápita de 70 mil dólares anuales, unos 45 millones de pesos, cuatro veces más que lo que tiene en promedio un chileno, es cuarto en el informe mundial de felicidad de la ONU, y es primero en igualdad de género. Sin contar con que tiene la tasa de desempleo más baja de Europa. Y además es una isla, alejada de los centros de producción y tráfico.

Sobre eso, Islandia aplicó toque de queda a los menores, más impuestos a los alcoholes (80%), restringió los puntos de venta, estableció por ley los deberes parentales, y entregó un bono anual para que los jóvenes le dieran utilidad a su tiempo libre.

¿Es aplicable el modelo islandés si no se destinan los recursos y los esfuerzos para nivelar el punto de partida?

Más que discutir cifras o anunciar un modelo con un nombre atractivo, hay que aplicar políticas públicas que junto con dar un combate frontal al narcotráfico, genere las condiciones para que los padres de los sectores más vulnerables puedan efectivamente acompañar y educar a sus hijos como en Islandia y no vender drogas en las esquinas de su población, como lamentablemente ocurre hoy en nuestras calles.

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