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Asesinatos, secuestros, manifestaciones violentas, acusaciones de corrupción, pobreza y hambruna, caos social. Las señales eran claras desde hace varios años. Haití caminaba por el precipicio desde hace mucho tiempo y este martes la crisis llegó a su punto más álgido con un magnicidio.

Nuevamente la comunidad internacional, en especial nuestra región, no ha estado a la altura frente a los problemas del país más pobre y vulnerable del continente. El asesinado presidente Jovenel Moise había advertido sobre un golpe de Estado en su contra. En las calles, la oposición exigía su renuncia, acusándolo de corrupción y tener vínculos con el crimen organizado. El diálogo nunca se concretó.

La crisis política, social y económica convirtieron a Haití en una bomba de tiempo, donde ni la pandemia quiso entrar con fuerza, aunque sí, la emergencia puso al país como última prioridad a los ojos del mundo.

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¿Qué se viene ahora? Nadie lo sabe. La incertidumbre se instala nuevamente en el que fue el primer país de América Latina en lograr su independencia, gracias a la sublevación de los esclavos. 217 años en los cuales Haití ha sido castigado por dictaduras, desastres naturales, ocupaciones y saqueo de naciones extranjeras.

¿Qué hará la comunidad internacional? También es algo incierto porque la presión por ahora ha sido estéril. Nosotros eso sí, podríamos empezar a ser más empáticos en entender la migración de haitianos, porque son personas que escapan de una verdadera tragedia, buscando sólo una mejor calidad de vida.

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