Por Fernando Paulsen
{"multiple":false,"video":{"key":"oWkqEPEuY3","duration":"00:01:40","type":"video","download":""}}

Ha terminado una Copa Mundial de fútbol, cruzada por una paradoja increíble: quizás uno de los campeonatos más atractivos de la historia.

Con partidos infartantes, sorpresas que avalan la expansión del fútbol y su crecimiento mundial, donde un equipo con poca historia mundialista, como Arabia Saudita, se dio el placer de ganarle al que iba a ser campeón mundial. Y una final extraordinaria de mete y ponga, como no se había visto antes en un mundial.

Sin embargo, lo bueno de Qatar no puede ocultar lo malo: un certamen cubierto de corrupción para obtener la sede, en el contexto previo del arresto masivo más grande de la historia de Estados Unidos, cuando en 2015 en ese país se arrestaron nueve funcionarios de la FIFA y cinco ejecutivos, por cargos que van desde lavado de dinero hasta fraude y asociación ilícita. Uno de los nuestros incluido, el ex presidente de la ANFP, Sergio Jadue.

Qatar fue la guinda de la torta. Hay documentales en YouTube y Netflix, sobre cómo se obtuvo la sede. La magia del fútbol nos hizo olvidar ello por más de un mes y ser testigos de un campeonato y una final extraordinarios.

El riesgo está en creer que lo visto hoy cancela o netea toda la mugre del procedimiento previo. Apenas terminen los legítimos festejos debieran reanudarse las investigaciones por los temas pendientes.

Lo peor que podría pasar es creer que porque el campeonato fue bueno y la final extraordinaria, no hay que fijarse en lo pendiente: que el fútbol no sea sólo el más masivo, ni el más extraordinario de los deportes, sino que también se busque que tenga la decencia y dignidad que se merece.

Tags:

Deja tu comentario