Por Daniel Matamala
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Una polera que se mofa del asesinato del senador Jaime Guzmán y la risa del diputado Gabriel Boric al recibirla en una entrevista en 2017, se convirtieron en el primer debate de 2019.

La reacción festiva ante un regalo ofensivo y de mal gusto fue sin duda pésima, y es especialmente grave en un diputado y relevante líder político de su sector. De él se espera empatía por los deudos de la víctima de un crimen, y responsabilidad ante un cobarde asesinato.

Boric, sin embargo, no mostró nada de eso.

Boric se disculpó y reiteró su absoluta condena al crimen del senador, lo que por cierto es valorable. Pero este es ya el tercer episodio relacionado a Guzmán sobre el que tiene que dar explicaciones. En 2017 había “presentado sus respetos” a Mauricio Hernández Norambuena, autor del crimen, durante una manifestación en su apoyo. Y en 2018 se reunió con el llamado comandante Emilio en París.

La sumatoria de hechos hace más graves los episodios, porque demuestra que las palabras de condena de Boric han sido contradichas, no una ni dos, sino tres veces con sus actuaciones, sean estas planificadas, como la reunión de París, o espontáneas, como con la polera.

Actuaciones que hacen un flaco favor a la construcción de una izquierda plenamente comprometida con los valores de la democracia y el rechazo irrestricto a la violencia política. Temas en los que precisamente Boric había avanzado al condenar a los regímenes dictatoriales de Cuba y Venezuela.

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