Por Mónica Rincón
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País inclusivo de cartón. Solidaridad de mentira. De qué igualdad le vamos a hablar a las personas que ponemos en situación de discapacidad, con qué cara el sistema judicial y el municipio y todas las autoridades involucradas puede mirar a Carmen Raffernau.

Tiene 72 años, usa muletas, padece tuberculosis vertebral, artrosis y diabetes. E iba a ir detenida por esa rampa.

Ella dijo que sabía que la había construido sin permiso, pero que (obvio) tenía que poder salir de su casa.

Fue denunciada por una “solidaria” vecina. Y claro, se puso en marcha el (en este caso) eficiente sistema judicial. Carabineros llegaron a su domicilio porque ella se negó a demoler la necesaria construcción. “Si no, tenía que quedarme encerrada en mi casa”, dijo.

Ante el escándalo público, el juzgado de policía local de Viña del Mar echó pie atrás y reconsideró la decisión de someterla a arresto nocturno por no tener dinero para pagar la multa.

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Claro, tiene mucha lógica todo lo que ocurrió con esta mujer, como sobran los recursos en las policías y en tribunales. Cuando hay tanto delincuente común y de cuello y corbata caminado tranquilamente en las calles, era necesario ir tras la “peligrosa” Carmen.

¿Cuándo perdimos la humanidad como para que Carmen haya estado a punto de tener que pasar noches tras las rejas? ¿Cómo no hubo otra forma de solucionar esto y de darle antes una mano?

Porque es bueno recordarlo, por si alguien no lo sabe o lo olvida, en Chile para un ciego, para alguien en silla de ruedas, para quien usa muletas, salir a la calle es suicida. Entrar a muchos edificios, aún una misión imposible.

O nos tomamos en serio la inclusión o dejemos de llenarnos la boca con que somos ejemplo de solidaridad. Porque incluir no es buena onda, es un deber. Es dejar de vulnerar la dignidad del otro, es tratarlo como sujeto de derechos y no de favores.

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