Son muy distintas, pero no del todo, las situaciones de los gobiernos de Mauricio Macri y el del presidente Sebastián Piñera.
Partamos porque Argentina hoy difiere con mucho de Chile. Y decir que Sebastián Piñera no ha podido cumplir con sus promesas de campaña, tal como Macri, sería bastante injusto, no por falso, sino porque en nuestro país la lista de lo prometido y no alcanzado en gobiernos de izquierda a derecha es larga. La alegría que llegaba más bien es una sonrisa por no estar en dictadura; “Crecer con Igualdad’… se creció, pero no somos un país mucho más igual, “Tiempos mejores”…
A Mauricio Macri se le critica haber prometido cambios de fondo estructurales que dejó a medias, asumiendo costos, pero sin que los argentinos gozaran de los beneficios de medidas que, siendo impopulares a mediano plazo, podían tal vez mejorar el país.
Un ejemplo: pedir un enorme crédito al FMI implicó la renuncia al orgullo de ser autónomos de las grandes instituciones internacionales, de lo que se jactaba el kirchnerismo, aunque fuera a costas de usar las pensiones de sus compatriotas. Pues bien, costo asumido por Macri para sanear, se dijo, las finanzas. ¿Y se logró? No.
O sea, en la campaña: estas son mis convicciones. En el gobierno: si no les gustan, aquí tengo otras.
Hay un ejemplo que debiera hacer poner atención al gobierno chileno: el proyecto de reducción de jornada. El de La Moneda partió siendo uno que defendía la necesidad de la flexibilidad. Frente a la popularidad de la iniciativa de Vallejo-Cariola, ahora el proyecto del Gobierno ya no es de flexibilidad con posible baja de horas, sino de baja de horas con flexibilidad.
Hay desorden entre sus partidarios y el giro no alcanza para competir en las encuestas con la iniciativa opositora. Es que cuando las propias convicciones están en Tongoy y las del adversario en Los Vilos, intentar estar entre medio es puro costo. Si no, pregúntenle a Mauricio Macri.
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