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Greta Thunberg, la joven activista sueca de 16 años, ha venido a removerle el piso a muchos. Desde que decidió hacer huelga los viernes para exigir que tomaran medidas concretas contra el cambio climático, se ha convertido en un símbolo.

No se trata de ponerla en un pedestal. El debate sobre su figura es legítimo y también que se destaquen los resguardos que deben tomarse con los menores de edad para enfrentar la atención mediática. Pero no seamos tampoco hipócritas, también a muchos les molesta el mensaje de Thunberg y tratan de descalificarlo, descalificando a una de sus portadoras. A una que tiene especial relevancia y éxito en su difusión.

Y hay también quienes, con una violencia que avergüenza, parecen odiarla a ella. Ta vez les avergüenza que sea menor de edad o mujer. Porque la han insultado por ser mujer y también por su autismo. Dicen que no les gusta su cara, sus tics. Algunos están a un paso de sostener que por tener autismo no es capaz de decidir y no debiera tener la autonomía de la que afortunadamente goza. Enferma, le han dicho.

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Cuánto prejuicio, cuánta ignorancia. El autismo no es una enfermedad, Greta no tiene nada de qué “mejorarse”. Es la sociedad la que a ella y a otras personas con autismo debe hacerle las adaptaciones necesarias.

No se trata de ellos y nosotros. Se trata de todos juntos. Y frente a los ataques, la mejor respuesta la dio la propia Greta: “Tengo síndrome de Asperger y eso significa que algunas veces soy un poco diferente a la norma. Y, dadas las circunstancias, ser diferentes es un súper poder. Básicamente, significa que sólo hablo cuando creo que es necesario y ahora es uno de esos momentos. Cuando los que odian van tras tu apariencia y diferencias, significa que no tienen otro lugar dónde ir. ¡Y entonces sabes que estás ganando!“.

Porque como dijo Maximiliano, un joven sociólogo con autismo, ojalá todos entendamos que el autismo es simplemente un diagnóstico. Un diagnóstico y no un pronóstico.

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