Por Daniel Matamala

Según el folclor político chileno, la frase pertenece a Arturo Alessandri Palma, cuando lo fueron a buscar para que, en 1931, postulara otra vez a La Moneda: “¡No quiero, no puedo ni debo ser candidato. Y pueden estar seguros de que no lo seré!”, habría sido la tajante respuesta del León de Tarapacá.

Hoy, con la carrera presidencial ya lanzada, la oposición parece atrapada en los contornos de esa frase: los que no quieren, los que no pueden y los que no deben.

El escenario es paradojal. El gobierno con peor evaluación de las últimas tres décadas está bien encaminado para poner a un sucesor de su mismo sector político en La Moneda. La centro-izquierda podría ser la primera oposición en perder una presidencial desde 2005. Y un extendido sentimiento anti-élite podría ser canalizado por un político que lleva más de 30 años en el corazón del establishment.

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Joaquín Lavín sabe que su liderazgo es precario, porque se basa en administrar una triple paradoja: representar a la coalición oficialista alejándose de cuaquier vínculo con un gobierno impopular; venir del riñón de la élite y encarnar la crítica a ella; y liderar la reforma del modelo tras haber sido su principal propagandista como autor de La revolución silenciosa. Parece imposible, pero Lavín tiene un talento único y ha tomado posiciones audaces para sintonizar con la sensación ambiente y apostar a ser uno de los ganadores del plebiscito. La performance es, sin embargo, precaria, como demostró al sobreactuarse con su declaración de ser “socialdemócrata” en Tolerancia Cero. Ese traspié permitió que le saliera competencia al ruedo: la alcaldesa Evelyn Matthei, quien aparece como un “plan B” de Chile Vamos por si el acto de equilibrismo de Lavín termina por echarlo de bruces al suelo.

Empatado con Lavín en las menciones espontáneas para Presidente aparece otro alcalde, Daniel Jadue, quien en su aparición en el mismo programa mostró sus fortalezas y debilidades: talento para energizar a su electorado más cercano, y también para irritar a quienes habitan más allá de sus fronteras. En los días siguientes, Jadue ha exacerbado sus roces con la ex-Concertación, y ha cometido un primer error no forzado al abrirse a discutir la mediterraneidad de Bolivia, una trampa electoral para cualquier candidato con aspiraciones de triunfo. Un traspié que Heraldo Muñoz, el excanciller que tiene su defensa ante Bolivia como principal activo, aprovechó sagazmente para posicionarse como el anti-Jadue en la oposición.

Lavín se apura tal vez demasiado en hacer campaña de segunda vuelta, buscando el centro y arriesgando ser sobrepasado por la derecha por Matthei. Jadue, en cambio, se empecina en hacer campaña de primarias más de lo prudente, ganándose la enemistad de aquellos que eventualmente necesitará para buscar el 50% + 1 de los votos en un balotaje.

Al menos hasta ahora, buena parte de los políticos de oposición creen que Jadue quiere y puede, pero no debe. Su actual estrategia arriesga convertirlo en primera minoría: ganar la candidatura opositora (en primarias o primera vuelta), pero generando tales anticuerpos, que lo hagan un mal candidato en un enfrentamiento decisivo contra Lavín.

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La ex-Concertación vive en un páramo. Se debate entre un gran elenco de aspirantes que quieren (que se mueren de ganas, digámoslo francamente) pero hasta ahora no pueden. Heraldo Muñoz (quizás el mejor posicionado), Ximena Rincón, Francisco Huenchumilla, Carlos Maldonado, Óscar Landerretche, Máximo Pacheco, Ricardo Lagos Weber y José Miguel Insulza son sólo algunos de los que se han visto entrando a La Moneda con la banda presidencial. Pero muchos de esos casos parecen solo porfiado voluntarismo de quienes son celebrados en grupos de WhatsApp, conferencias por Zoom entre incondicionales o conciliábulos de viejos militantes.

Carlos Montes es por lejos el más requerido: se le ve con respeto desde la DC hasta el Frente Amplio, y tiene un largo historial de triunfos electorales como parlamentario. Pero él se resiste, y las encuestas parecen darle la razón a su escepticismo ante tanto halago de sus colegas: en ellas no aparece por ningún lado.

Más inexplicable es la estrategia de Beatriz Sánchez, quien quedó en la pole position tras su 20% en las presidenciales pasadas, y luego se sentó a esperar. Pasó casi dos años en silencio hasta que el 6 de octubre de 2019 debutó como vocera del Frente Amplio. 12 días después llegó el estallido social, Sánchez fue encarada por un grupo radical en Plaza Italia, y desapareció de nuevo. Su vacío fue copado por el decidido Jadue en las encuestas. Ahora, desde una peor posición, parece ensayar un tímido regreso. Su caso es un enigma: ¿no quiere, no puede o no debe?

Y finalmente está Izkia Siches, casi un retrato de candidato ideal para un momento populista como este: mujer, doctora, joven, ajena a la élite, de regiones, sin “mochilas” políticas ni explicaciones que dar. Desde el Colegio Médico ha dado batallas por separar a los médicos de los intereses comerciales y reengancharlos con la salud pública, y en pandemia ha mostrado talento político al liderar los acuerdos para postergar el plebiscito y generar un acuerdo de economistas para financiar las medidas de emergencia social. Hasta los ataques recibidos (como la columna con la fábula sobre una “zorra”, firmada por un cuestionado exdirector del Servicio de Impuestos Internos) parecen diseñados para fortalecer su posición de afuerina.

Mesurada, empática y convocante, su aparición en Tolerancia Cero desató una ola de entusiasmo en el mundo opositor, donde muchos sueñan con ella como una suerte de “Bachelet III”, otra doctora que rescate de la confusión a las divididas huestes del “progresismo”.

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Las encuestas son paradojales en su caso: acaba de superar a Lavín como la política mejor evaluada de Chile, pero su conocimiento aún es menor al alcalde, y en menciones espontáneas como presidenta queda muy atrás. La gente la valora, pero no la ve como Presidenta.

Y eso podría seguir así. Ella misma fue tajante en el programa: descartó ser candidata, con un argumento indiscutible dada su nula trayectoria en cargos políticos: “me falta experiencia”. La declaración sólo sirvió para encandilar aun más a sus feligreses, que convirtieron los versos de León Gieco en un hit en redes sociales: “Dicen: la juventud no tiene / para gobernar experiencia suficiente. / Menos mal, que nunca la tenga: / Experiencia de robar. / Menos mal, que nunca la tenga: / Experiencia de mentir”

En teoría, Siches parece ser el símbolo que el momento requiere: una afuerina capaz de canalizar el momento populista con un discurso mesurado y convocante. Puede, tal vez debe. Pero no quiere. Y en política la voluntad lo es casi todo: los candidatos mártires, que hacen campaña como un sacrificio personal, pocas veces resultan. El renuente Jorge Alessandri de 1970, y Hernán Büchi con su “contradicción vital” en 1989, terminaron siendo un lastre para sus propias campañas.

Pero claro, también podemos volver al León y su tajante frase de 1931: “¡No quiero, no puedo ni debo ser candidato. Y pueden estar seguros de que no lo seré!”.

Pocas semanas después, Arturo Alessandri proclamó su candidatura a La Moneda. Y dice la leyenda que a quienes le sacaron en cara su flagrante contradicción, les reprochó con una mueca de desdén: “¿Es que no entendieron lo que les quise decir?”.

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