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Hay frases que no se pueden dejar pasar. Hay insultos frente a los que es necesario detenerse. Es el caso del ataque del honorable Iván Moreira contra Juan Carlos Cruz.

El parlamentario que hizo la huelga de hambre más corta de la historia de Chile, acusa a una víctima de Karadima de andar tras las cámaras. El mismo que en los 90 zamarreó a su entonces colega, Jorge Schaulson delante de todos los canales de televisión.

A quien padeció de abuso sexual, de delitos certificados pero prescritos y que sabe que su victimario vive en un cómodo hogar de monjas, adonde Ezzati le llevó hasta chocolates, lo insulta llamándolo llorón y oportunista.

¿Cruz oportunista? Un valiente de los que se atrevió a denunciar cuando nadie lo hacía. Cuando a Karadima le decían el “santito”, cuando los obispos formados por él y otros lo defendieron cerradamente.

O Moreira no cree lo que dijo y lo que hace es un uso político de como él mismo la llama una tragedia o sí cree en sus palabras y en ese caso poco sabe o quiere enterarse de lo que pasó en la parroquia El Bosque y de la lucha que por ellos y por otros han dado Murillo, Hamilton y Cruz.

Cuando la sociedad chilena pide un nunca más abusos, este tipo de insultos exceden esta pelea particular. Son una bofetada para muchas víctimas que alzan la voz y una actitud que en nada ayuda a la convivencia nacional y menos al prestigio de la política.

A un senador de la República cabría pedirle más mesura. Cabría pedirle un raspado de olla de caridad con alguien como Cruz que ha sufrido demasiado y a quien no hay derecho de revictimizar. Cabría pedirle que mínimo… se disculpe.

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