Por Bruno Delgado

Pocos directores logran hacer de sus películas un evento cinematográfico que logra pasar la barrera de los entendidos y convertir su trabajo en un espectáculo a sala llena. Y por nuestros días, uno de ellos es Quentin Tarantino.

Once Upon a time… in Hollywood es el nuevo largometraje del cineasta estadounidense en el que homenajea y remixea, parodia y reconstruye, se burla y reverencia de un trágico episodio en la historia del cine: el asesinato de Sharon Tate a manos de los seguidores de Charles Manson el 9 de agosto de 1969.

Para eso, Tarantino sigue a la estrella en descenso Rick Dalton (Leonardo Di Caprio) y a su doble Cliff Booth (Brad Pitt). Mientras la ex figura de western intenta recuperar su lugar en la industria, una en ascenso se muda al lado de su casa: Sharon Tate (Margot Robbie), quien goza su primer gran éxito en la gran pantalla.

Y como el amor al cine siempre ha sido uno de los sellos del realizador, hablemos un poco de eso. Hablemos de qué es ser un autor en el cine.

El cine como arte

El cine es arte, pero no toda película es cine. Por tanto, hay películas que no son arte. ¿Es eso posible?

Primero aclaremos cuál es la diferencia. Si bien debatible, una de las interpretaciones más aceptadas es la que estableció el crítico y fundador de la prestigiosa revista Cuadernos de Cine, André Bazin, en sus ensayos reunidos en Qué es el Cine (1958-1963): la diferencia clave es la presencia de un autor.

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¿Y qué es un autor? Es el artista que logra plasmar su mirada sobre el mundo y el propio arte en su obra, con su sello irremplazable y propio.

Por ejemplo. El autor de Once Upon a Time… in Hollywood es Tarantino. Mientras que el remake de El Rey León si bien tiene director, Jon Favreau, y tiene guionista, montajista, reparto y productores, no hay presencia de autor por ninguna parte, porque es un remake sin identidad propia respecto a su versión original, ya que la recrea plano a plano.

¿Cómo notarlo?

Hay diferentes formas. Una de las más claras puede ser haciendo una comparación con la literatura.

La cámara, el montaje, la puesta en escena, el blocking, el uso del color y el sonido en una película, son algo así como la prosa, la cadencia, la gramática, ortografía y sintaxis en un relato escrito.

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Son los sellos estilísticos del autor. Una forma de expresión particular que funde la forma con el fondo de la obra cuando se hace bien. Las herramientas que tienen los directores para transmitir emociones, estados de ánimo, una idea, un concepto, hacer avanzar la historia o, en el mejor de los casos, todo a la vez y con un solo plano.

Dicho de otro modo, cierto uso de planos y dirección fotográfica, movimientos de la cámara, la forma de unir el montaje, la paleta de colores con que trabaja y cómo dispone los elementos en pantalla en una escena suelen ser buenos indicadores. Por supuesto pueden estar jugándose todos al mismo tiempo, o no necesariamente.

El contenido como sello

Otra forma de ver la presencia de un autor son los temas con los que trabaja y que trata en sus películas.

Por ejemplo, si estamos frente a hombres comunes envueltos en situaciones más grandes que ellos, todo disparado por un macguffin insólito y contado desde la óptica del suspenso, muy probablemente sea de Alfred Hitchcock, como en North by Northwest, La Ventana indiscreta o Vértigo.

Porque uno de sus temas favorito era el del terror a que una persona inocente sea inculpada y perseguida por algo de lo que no es culpable. Por supuesto, un autor no tiene un solo tema, pero sí suele impregnarse en sus películas y volver constantemente a él.

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¿Y Tarantino? Su cine tiene dos fases claras. La primera es una carta de amor a las películas y series de gangsters que vio cuando niño, en la que mezcló estéticas y tópicos de forma rockanrollera, como Reservoir Dogs (1992), Pulp Fiction (1994) y Jackie Brown (1997).

La segunda fase parte con Bastardos Sin Gloria (2009), Django Unchained (2012), The Hateful Eight (2017) y Once upon a time…in Hollywood, en las que toma como punto de partida un hecho histórico o el canon de un género para subvertirlo. ¿Y Kill Bill: Vol 1 (2003), Kill Bill: Vol 2 (2004) y Death Proof (2007)? Pueden ser vistas como un puente entre ambos mundos.

Entre los grandes

¿Qué tiene que ver esto con Once Upon a Time… in Hollywood? Todo, porque cuando hablamos de Tarantino lo hacemos poniéndolo en el grupo con Hitchcock, Akira Kurosawa, Jean Renoir, Ingmar Bergman, Stanley Kubrick, Jean Luc Godard, Paul Thomas Anderson, Kathryn Bigelow, Wong Kar Wai, David Fincher, Alfonso Cuarón o Juan José Campanella y la lista sigue, por supuesto.

¿Que si está al nivel de los pesos pesados nombrados? Depende de otras valoraciones, pero está más cerca de ellos que de Favreau y los directores que agarran una franquicia y terminan realizando sus últimos capítulos, como los hermanos Anthony y Joseph Russo (Avengers), Bill Condon (Crepúsculo) o David Yates (Harry Potter). Aunque ya ellos, al menos, tienen una firma.

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Ellos juegan en otra liga, en la del divertimento. Necesario, apasionante, millonario, algo genérico y rápidamente digerible, pero no en la de los autores, porque no son cine y no son arte.

A que la próxima vez digamos Once upon a time… in Hollywood es “tremenda” o “malísima”, no tengamos en la cabeza Aquaman. Seamos justos con las películas y hablemos de eso que tanto ama Tarantino, hablemos de cine.

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