Por Valeria Barahona

La última pelea literaria que, de no estar confinados, habría prendido mil fiestas de poetas, se masificó en redes sociales gracias a que una autora acuñó el término “femicidio literario”, en respuesta a otra que dijo que sus novelas eran fomes y por eso no tienen la “visibilidad” que tanto reclama.

En paralelo -casi inconscientemente- la primera argentina en ganar el destacado Premio Herralde de Novela, Mariana Enriquez, da cátedra sobre cómo ser mujer y llamar la atención con luz propia a través de sus artículos periodísticos, reunidos en la antología El otro lado: retratos, fetichismos, confesiones, revisada por Leila Guerriero y publicada por Ediciones Universidad Diego Portales (UDP).

En 700 páginas, la autora de Nuestra parte de noche, texto que le valió el Herralde, y de Las cosas que perdimos en el fuego, colección de cuentos con la que hace un par de años comenzó a ser citada en Chile, Enriquez habla de las mujeres de su vida, musas que alguna vez apoyaron su cara contra la piel sudada de un hombre, pero que ya no lo necesitan, porque aprendieron a guiarse por su propia luz. O sí la necesitan, aunque no como una adicción (sí, te estoy hablando a ti, mi muchacho punk, como diría Fogwill, también argentino y referenciado por Enriquez).

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“La aparición de Pete Doherty en la vida (de Kate Moss) era sólo cuestión de tiempo. La mala influencia que toda chica fascinada por el peligro no puede evitar desear. Hipnótico como un accidente de tránsito al costado de la ruta. Mitad poeta, mitad farsante. (…) Pete le escribió una canción a Kate antes de conocerla, What Katie did: ‘Qué vas a hacer, Kate / Sos (sic) una chica muy dulce / Pero el mundo es muy cruel / Y mis alfileres de gancho no son muy fuertes, Kate / Apenas alcanzan para sostener mi vida’”. Pese a estar juntos, pero además acompañados por
cocaína, botellas, algunos gritos, ella baja los brazos y se entrega a una internación psiquiátrica.

“¿Y Pete?”, se pregunta la escritora argentina y subeditora del suplemento cultural Radar, del diario Página/12: “Los psicólogos le aconsejaron mantenerse lejos de él si quiere estar limpia. Y ella afirma que lo abandonó. Pero dicen que Kate va a desobedecer. Que miente. Que se ve con su amor maldito en secreto. Y, si los dejan en paz, volverán esas fotos de la bella y el rocker alucinado, vagamente peligrosos, terriblemente envidiables”.

La controvertida actriz Asia Argento protagoniza otra de las crónicas de Enriquez, titulada Bella tenebrosa, en que describe a la italiana como “insolente, vulnerable, glamorosamente aburrida, insaciable, oscura, masoquista, rabiosamente sensual”, aunque “ninguna (palabra) alcanza a definir por qué su presencia es tan hipnótica y tan creíble su intensidad”, como la de su casi tocaya Assia Wevill, la segunda mujer de Ted Hudges, luego del cinematográfico suicidio de Sylvia Plath: “Una amiga, Mira Hamermesh, la recuerda: ‘Era como una diosa, la reina de la fiesta y su atractivo no se debía tanto a su aspecto físico como a su personalidad. Daba la impresión de ser una joven criatura que lo tendría todo’. Amaba el arte, la ropa, la música clásica y la literatura”.

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Pero se enamoró del viudo y la sombra de la fallecida la asfixió con el gas del horno, tal como hizo Plath, aunque Wevill sumó a su hija en el rito. O como Las vírgenes suicidas, novela de Jeffrey Eugenides, texto que, en palabra de Enriquez, “intenta comprender por qué lo hicieron, de qué estaba hecha esa desesperación”, mediante el diario de vida robado por los vecinos a una de ellas, Cecilia, la primera en morir.

Una de sus hermanas, Lux, relee la autora argentina, “está flaca, ya no come, ya no es bella. (…) Más que nunca es mítica, una hija de la noche que quiere sentir algo más intenso que la muerte para seguir viviendo. Los chicos la llaman un ángel carnal. (…) Los amantes hablan de su calvicie –a ella se le cae el pelo -, de su saliva ácida porque los jugos gástricos ya no tienen comida con qué lidiar. Lux está sola en su martirio, de exceso y ayuno, de castigo al cuerpo. Está sola: toda radicalización está acompañada de una tremenda soledad”.

Enriquez abraza este desamparo -y resurrección gracias a la escritura –a través de su propio amor que no fue, Guillaume, a quien conoció mochileando en París: “Me tomé un analgésico, abrí la ducha y repetí que tenía treinta años, que cualquier amor de una semana, por apabullante que fuese, es olvidable, (…) un capricho, una liviandad, un juego, algo de qué alardear, el bello tenebroso parisino, (Arthur) Rimbaud en Barbès, mi niño muerte con las venas recorridas por las marcas de la aguja y los brazos marcados por las cicatrices de heridas autoinflingidas”.

Porque “la noche tóxica”, como grafica la autora, donde “me llevó hasta un rincón y me puso contra la pared, me saqué la pollera, abrí las piernas y tuvimos sexo ahí, delante de todo el mundo”, termina con una cláusula de conciencia en que “lo que sea que fue y es Guillaume para mí no está escrito acá arriba. No está el fin de la juventud, el duelo de seguir con (mi) vida, (…) cómo me hizo llorar y su forma de pedir perdón, el olor de sus axilas que a veces todavía busco en los colectivos llenos de gente porque me excita”, igual a la esencia de la piel de mi muchacho
punk, mi psicólogo punk, el dueño de un centro de salud mental en Providencia.

El otro lado: Retratos, fetichismos, confesiones
Mariana Enriquez
Ediciones UDP
704 páginas
Precio de referencia: $16.000

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