Por Carlos Pizarro
Foto: Miguel Pérez

Mucho ojo es…

Tenía unos 10 años cuando una prima me regaló un CD pirateado del Black Album, el homónimo, de Metallica. Ese sería el primer registro musical físico que me abriría la puerta hacia un mundo que a estas alturas es un fenómeno en sí mismo y cuyos deslindes son siempre difusos pero no invisibles: el rock.

A esas alturas (2002) ya eran uno de los “Big 4” del thrash metal, un género posterior, pero derivado del rock. Comparte esa raíz con el trabajo de artistas anteriores a ellos, como Black Sabbath; o previos a Tomy Iommi y compañía, como The Rolling Stones; o… bueno, se entiende la idea.

Sin saberlo, ese disco se convertiría en el puntapié de un contrato tácito que uno firmaría con la definición de ser humano que todos realizamos durante nuestra adolescencia.

Cristofer Rodríguez y César Tudela tienen historias parecidas.

Al primero, profesor de historia y experto en música popular, bandas como Nirvana o AC/DC también indicaron un camino, pero fue La voz de los 80 de Los Prisioneros el disco que tocaría esa fibra que llamamos pasión. “Tanto así, que al concierto del 30 de noviembre de 2001 fui, tenía 13 años. Ese día estaba de cumpleaños. Fue mi primer concierto. Para mí fue como un hito de paso. Ahí dejé de ser niño”, dice Cristofer.

Al segundo, periodista y también experto en música popular, fue el Ten de Pearl Jam, cuyos sonidos intervinieron su panorama de Soda Stereo o Los Fabulosos Cadillacs. “Lo escuché en el ’97. No sabía por qué, pero ese disco me voló la cabeza. No sabía qué estaba escuchando, nunca le había puesto la atención quizás”. Y así como Cristofer recuerda La voz…, César guarda un lugar en su memoria musical para Fiesta de Fiskales Ad-Hok.

El interés de ambos por este género y sus variantes se concretaría en múltiples trabajos individuales. Una idea entre ambos, junto a Felipe Godoy y Gabriel Chacón, decidieron desarrollar un listado tipo ránking que diera cuenta, al mismo tiempo, de la historia nacional y musical.

Este trabajo derivó en los 51 mejores discos de rock chileno desde 1962 hasta 2012, cubriendo cinco décadas en una cantidad de álbumes que recogían diversos tipos de rock, pero esta vez sumándole otro común denominador: hecho por chilenos y chilenas.

Este listado enumeró de más a menos, un acto siempre polémico y más difícil aún en este género, comúnmente parapetado en un rincón que se defiende con temor de otros ritmos. En el metal les llamaríamos los “true”.

Pero fue en ese mismo momento que pensaron en una iniciativa aún mayor: una recopilación que sirviera como “celebración” de la música rock que ha producido esta estrecha franja de tierra. En 2020, cuatro años más tarde, se titularía 200 discos de rock chileno (Ocho Libros, 2020).

Mucho ojo es… Óscar Arriagada (1964), uno de los 200 discos recogidos en el libro. “Óscar Arriagada fue uno de los pioneros en el uso de la guitarra eléctrica como instrumento protagónico en la historia del rock chileno, incursión no menor si tomamos en cuenta que el sonido de las seis cuerdas definió el estilo desde sus orígenes”, relata el libro en su comentario.

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Para los arqueólogos del futuro

—Para los que nos gusta mucho la música, nos encantan las listas. Por la discusión, el debate que se forma. Y también porque uno finalmente empieza a conocer otras cosas que a lo mejor pasaron por el lado. De ahí nació la inquietud— explica César, asegurando que no sólo este trabajo fue un punto que los unió a los cuatro autores, sino también las historias y tocatas que compartían sin saberlo.

—Cuando César nos convoca nos dimos cuenta que éramos cuatro personas con disciplinas diferentes. Con la misma pasión, pero parados en diferentes partes desde dónde podíamos observar la música— agrega Cristofer.

En su caso, como profesor de historia sentía fundamental que el libro sirviera como puerta de entrada a la historia del rock chileno. De ahí que nacerían diversas preocupaciones como la estética del libro, su formato, su pedagogía.

Tenía que ser amable. En los tipos de texto, entretenido, visualmente atractivo. Incluso los criterios de selección ya nos dicen algo —continúa.

—¿Cómo fue tener que revisar tantas décadas de música y, en particular, de rock chileno?

—Aparte de ser coleccionistas de música somos coleccionistas de libros de música. Eso nos facilitó la primera tarea que era hacer la lista de todos los discos que intuíamos que podían estar dentro de la selección de 200. Llegamos a un archivo que le llamamos “la Biblia” con alrededor de 450 nombres, un Excel con el nombre de la banda, el sello, el disco, el año, dónde podíamos escucharlo —señala César.

Aquí surge una de las primeras preocupaciones con las que te deja leer 200 discos de rock chileno: no todos están disponibles. No todos están en las plataformas como Spotify o iTunes, otros tantos están incompletos en YouTube. Y en físico, ni hablar.

Con todo, esos 450 y tantos nombres permitirían ir podando, pero no para calificar estos álbumes, sino para entender la historia del rock nacional y en su contexto particular.

—Esto fue muy intuitivo. En un comienzo sabíamos que queríamos un libro sobre discos de rock teniendo súper claro que, intuitivamente, hay artistas que nos encantan, Inti Illimani, Quilapayún, pero sabíamos sin estudiar que no son bandas de rock. Pero en algún momento nos dijimos ‘ya, nos tiramos a la piscina o no nos tiramos’, porque teníamos que decidir. Definir el concepto. A lo mejor, no definitivamente, pero sí tomar postura —cuenta Cristofer.

Y afortunadamente, a pesar de lo difícil que ha sido esta historia del rock nacional, venía con una producción sorprendente, muy rica en sus variantes. Así, añade el profesor de historia, quienes ya han leído este libro terminan convencidos que sí, este ha sido el recorrido del género en nuestro país.

Pero el listado no fue fácil. Como mencioné, eran 450 nombres. 450 posibilidades. Más de la mitad quedaría fuera.

—¿Hubo disputas sobre si un disco entraba o no?

—Hasta último minuto —asegura César sonriendo, mientras Cristofer ya se le había adelantado con risas.

—En la interna: todavía —señala por su parte Cristofer— Siempre vamos a tirar la talla con eso, porque evidentemente hubo disputas para definir los discos.

—Debimos haber cerrado el libro unas diez veces, antes de llegar al manuscrito final para enviarlo a Ocho Libros. Estábamos inseguros. Teníamos unos 190 que estábamos seguros, contaban una parte de la historia. Lo cerramos varias veces, y cada uno tiene sus discos que penan, que no están, pero que en lo más profundo del autor queríamos que estuviese— concluye César.

—Por decirlo de una forma, no son los 200 mejores discos de la historia de Chile. Queremos contarte esta historia y por eso teníamos que ser selectivo, con lo doloroso que fue. Porque si fueran los 200 mejores discos de la historia de Chile probablemente tendrían que entrar los quince de Congreso, porque no tienen punto bajo en su historia— comenta por su parte Cristofer.

Para los arqueólogos del futuro (1989). “A fines de la década de los ’80, al fin las cosas parecían jugar a favor de Congreso, a quienes la masividad y el reconocimiento fuera de su círculo natural les habían sido esquivas. Con una de las formaciones más sólidas y un clima preeufórico por la inminente caída del dictador, el conjunto edita el que se transformaría en su álbum más importante y de mayor reconocimiento popular”.

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Peor es mascar lauchas

200 discos de rock chileno es un registro invaluable a estas alturas. Lo que hay entre sus casi 450 páginas no es sólo el resultado de una investigación, sino también un análisis histórico de qué somos, sobre todo tras el shock cultural y hegemónico que tienen las grandes industrias de occidente, como Estados Unidos e Inglaterra, sobre todo en un género que nació en sus tierras.

Algo más al sur se produjo un sinfín de arte musical que no ha sido tomado con la misma intensidad por nosotros mismos. Qué decir de las políticas públicas que existen al respecto, algo que va más allá de tratar de forzar su escucha mediante cuotas en las radios.

En el libro, encontramos introducciones a cada década y comentarios de cada disco, que finalmente permiten entender por qué entraron en este listado, además de los datos del tracklist, producción del álbum. Eso explica, por ejemplo, la inclusión de Muérdete la lengua de Francisca Valenzuela, quien ha descartado calificarse dentro de la etiqueta del rock, pero cuyo ímpetu podemos sentir como tal.

—Mucha gente dice “no me gusta el rock chileno, es fome, no escucho rock chileno”, y tienden a quedar en cuatro o cinco bandas, muy buenas todas, y por eso no les gustan. Y leen el libro y dicen “no te puedo creer que hubo esto, que era esto”— afirma Cristofer.

—Es muy bonito lo que nos fuimos dando cuenta revisando. La prensa musical empezó a crecer y del 2010 en adelante podemos encontrar ránkings por año de discos chilenos. Pero incluso discos que parecen tan cercanos fue difícil hallarlos para escuchar. Discos de bandas que duraron muy poco tiempo, pero eran muy buenos, y que no están en ningún lado— dice por su parte César.

—El disco es un objeto con valor patrimonial. Y estamos un poco al debe con eso, con el concepto de patrimonio en general, imagínate el patrimonio audible, musical… ¡y de rock! Entonces, nosotros nos paramos en la parte del rock, sin ser rockeros de cabeza cuadrada. Amamos la música. Hicimos una investigación sobre el rock porque tal vez era lo que teníamos más cercano. Y claro, si la música popular en general no tiene status patrimonial, el rock aún menos.

La búsqueda, añade Cristofer, dio con señales preocupantes. The Ramblers, el disco de la banda homónima, autora de El rock del mundial y que da inicio al libro, no está en ningún lado. Ni digital ni física. “Y uno dice ‘¿cómo, si es el primer disco de rock de Chile?’“, afirma.

Y claro, en mi caso lamento no haber siquiera escuchado nombres como Sacros, Tamarugo, Fulano, Solar, Jirafa Ardiendo o Guiso. No porque sean bandas que se convertirán en parte de mi playlist diario, sino porque conozco más historias de los miembros de Metallica que de cualquiera de ellos.

Por eso, a modo de recomendación para cualquier lector y melómano, rockero o no, que tenga la fortuna de toparse con 200 discos de rock chileno, léalo y escúchelo. En mi caso, he escuchado un disco del listado a la semana y al cabo de los meses conoceré 200 álbumes que marcaron de alguna manera la historia de este país, que representan algo a nivel nacional, que dan cuenta de nuestra realidad, nuestra identidad.

Peor es mascar lauchas (1995). “En los ’90, entre la disconformidad del grunge y la ambición del britpop, se asomó una generación de bandas desprejuiciadas, de actitud festiva y basadas en la fusión de estilos como el metal, el rap, el punk y el funk. Esta inspiración, más elementos de idiosincrasia que sólo puede entender un chileno (en plena adolescencia) fue la mezcla que dio vida a Peor es mascar lauchas, el primer disco de los Chancho en Piedra”.

200 discos de rock chileno: Una historia del vinilo al streaming
Gabriel Chacón, Felipe Godoy, Cristofer Rodríguez y César Tudela
Ocho Libros
445 páginas
Precio de referencia: $30.000

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