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Es probable que algunos gobiernos comiencen a recomendar que uses una mascarilla para protegerte del nuevo coronavirus.

Para aquellos que viven en Asia, tales anuncios serán una reivindicación de una táctica que se ha adoptado en gran parte de la región desde el comienzo de la crisis y parece haber sido confirmada por tasas más bajas de infección y una contención más rápida de los brotes.

En otras partes del mundo, este mensaje puede ser confuso, ya que llega después de semanas de que las autoridades de salud pública, políticos y las figuras de los medios afirmaran que las máscaras no ayudan e instaran a las personas a concentrarse en lavarse las manos y mantener el distanciamiento social.

En Estados Unidos, por ejemplo, el tono de tales afirmaciones varió de condescendencia a frustración, con las palabras del director general de Sanidad, Jerome Adams, quien tuiteó a finales de febrero y con mayúsculas: “¡DEJEN DE COMPRAR MASCARILLAS!”.

“No son efectivas para evitar que el público en general contraiga coronavirus, pero si le sirven a los funcionarios médicos, quienes sin ellas no pueden atender a pacientes enfermos. Esto los pone en riesgo y a nuestras comunidades también”, agregó, en una publicación que desde entonces se ha retuiteado más de 43 mil veces.

Esa misma semana, Robert Redfield, director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU., compareció ante el Congreso. Cuando se le preguntó si las personas debían usar mascarillas, él respondió directamente: “No”.

Ahora no está tan seguro. El lunes, Redfield dijo que los CDC estaban revisando sus pautas y pueden recomendar el uso general de máscaras para protegerse contra la infección de la comunidad. Es probable que solo sea una cuestión de tiempo antes de que otras organizaciones que no han recomendado el uso de las máscaras, principalmente la Organización Mundial de la Salud (OMS), hagan lo mismo.

Giro hacia la protección

El mes pasado, Adrien Burch, experto en microbiología de la Universidad de California, escribió que “a pesar de escuchar que ‘las máscaras faciales no funcionan’, probablemente no haya visto ninguna evidencia sólida para apoyar esa afirmación. Es porque no existe”, subrayó.

Además, Burch señaló una revisión Cochrane -un análisis sistémico de los estudios publicados sobre un tema dado- que encontró pruebas sólidas durante la epidemia de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), de 2003, que apoyaban el uso de máscaras protectoras.

Similar a lo anterior, un estudio de transmisión comunitaria en Beijing encontró que “usar una mascarilla en público de manera constante se asoció con una reducción del 70% en el riesgo de contraer SARS”.

El SARS, como el COVID-19, es una enfermedad respiratoria causada por la misma familia de virus llamada coronavirus.

Si bien el SARS se extendió por todo el mundo, lo peor de la epidemia se centró en Asia, particularmente en China continental y Hong Kong. Se confirmaron 8.098 casos en todo el mundo entre noviembre de 2002 y julio de 2003, con 774 muertes en total.

El legado de esa experiencia se pudo ver al principio de la pandemia actual, ya que la noticia de la propagación de un virus llevó a que las personas de toda la región se colocaran mascarillas para protegerse.

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Desde el principio, Hong Kong y muchos otros gobiernos asiáticos han recomendado que las personas las usen en público, ya sea si tienen síntomas del virus o no.

A pesar de que parte de la prensa occidental intentó minimizar el uso de protección facial, catalogándola incluso como una “obsesión” de los asiáticos, la táctica de los países de territorio oriental parece haber contribuido a ayudar a detener los brotes.

Taiwán, Corea del Sur y China continental, todos estos lugares donde el uso de mascarillas es habitual, han tenido un mayor éxito en la prevención de brotes o en su prevalencia, comparadas con las realidades de gran parte de Europa y América del Norte, donde las máscaras no se usan o son difíciles de encontrar.

En declaraciones a CNN, Ivan Hung, un especialista en enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Hong Kong, dijo que “si observas los datos en Hong Kong, usar una máscara es probablemente lo más importante en términos de control de infecciones”.

“Y no solo reduce los casos de coronavirus, también reduce la influenza”, afirmó. “De hecho, esta es la temporada de esa enfermedad y casi no hemos visto casos. Eso se debe a que las mascarillas realmente protegieron no solo contra el coronavirus sino también contra otras infecciones como la influenza”.

A principios de marzo, Hong Kong tenía sólo alrededor de 150 casos por COVID-19, a pesar de estar en la primera línea de la pandemia desde que comenzó y no impartir demasiados controles severos a la población. La ciudad solo vio un aumento reciente después de que sus habitantes regresaron desde Europa y Estados Unidos.

“Según la investigación, las máscaras faciales son mucho más propensas a ayudar que a dañar”, según Burch. “Incluso si es solo una mascarilla de tela hecha en casa, si la usas correctamente y evitas tocarla, la ciencia sugiere que no te hará daño y probablemente reducirá tu exposición al virus”.

Mayores contradicciones

En su guía sobre el nuevo coronavirus, los CDC señalan que se propaga, principalmente, a través de gotitas respiratorias producidas cuando una persona infectada tose o estornuda y que, a su vez, estos fluidos pueden caer en la boca o nariz de las personas cercanas y luego posiblemente inhaladas hacia los pulmones”.

La agencia de control y prevención de enfermedades recomienda que las personas contagiadas usen una máscara facial o intenten “cubrirse la tos y los estornudos”, mientras que quienes las cuidan también deben usar una mascarilla cuando estén en la misma habitación.

Sin embargo, en el mismo consejo, los CDC dijeron que las personas que no tienen síntomas “no necesitan” usar máscaras faciales, y agregaron que éstas “pueden ser escasas y deben guardarse para quienes cuiden gente”.

Esto último es lo que ha sido tan frustrante y confuso para muchas personas, particularmente para aquellos que abogan por el uso de mascarillas como precaución. Los CDC, junto con la OMS y otros varios organismos expertos en salud pública, han afirmado simultáneamente que las máscaras faciales no ofrecen protección en circunstancias normales, al tiempo que afirman que son necesarias para los trabajadores de la salud y los cuidadores.

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Este consejo que no queda fuera de la polémica, ayudó a crear confusión e incluso algo de hostilidad hacia los funcionarios, pues la gente sentía que les mentían y los ponían en riesgo. Hubo numerosas respuestas al tuit de Adams en febrero, donde él cuestionó el tema preguntando “¿por qué las máscaras son buenas para los trabajadores de la salud, pero no para el público?”

Zeynep Tufekci, profesor de Ciencias de la Información, escribió el mes pasado en The New York Times que “para ayudar a manejar la escasez, las autoridades enviaron un mensaje que las hizo poco confiables”.

“Proporcionar orientación de arriba hacia abajo con contradicciones tan obvias fracasa porque la falta de confianza es lo que alimenta el acaparamiento y la desinformación”, expresó. El especialista agregó además que si los funcionarios estuvieran preocupados por la escasez, deberían haber declarado eso directamente, y pedirles a las personas que donaran las mascarillas que habían comprado a los hospitales, y no decir en primer lugar que eran ineficaces.

“Cuando las personas sienten que no están recibiendo toda la verdad de las autoridades, los vendedores y, especialmente, los especuladores de precios, ven una oportunidad y se aprovechan”, agregó.

Las mascarillas funcionan

Evitar la escasez de máscaras protectoras para los trabajadores de la salud parece haber sido la prioridad de quienes están en contra de su uso generalizado. Y pese a que intención detrás de sus palabras pudo haber sido buena, esos consejos pudieron haber ayudado a propagar el virus, aumentando así el número de pacientes que día a día llegan a los hospitales.

Una de las razones que Redfield, de los CDC, dio para cambiar potencialmente la orientación sobre el uso de mascarillas es que el COVID-19 puede propagarse cuando las personas son asintomáticas y, por lo tanto, que todos se cubran el rostro -como ha sido la norma en Hong Kong y otras partes de Asia, desde enero- podría ayudar a controlar la transmisión.

Sin embargo, que el virus se transmita antes de que las personas se sientan enfermas no es noticia. Es algo que se conoció desde las primeras semanas del brote, y la evidencia solo se ha fortalecido esta idea en los últimos meses.

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Incluso, si no hubo transmisión asintomática, el uso de mascarillas tiene sus ventajas. Como otros expertos han señalado, instruir solo a los enfermos para que las usen es esencialmente decirlas al resto de las personas que tengan miedo.

La falta de máscaras faciales y otros equipos de protección en los hospitales de Estados Unidos y de otros países debe remediarse lo más rápido posible. Dicha escasez fue causada por fallas en las políticas y problemas de la cadena de suministro, no por una repentina adquisición de mascarillas de papel, las que solían costar menos de un dólar.

A medida que la evidencia se vuelve cada vez más favorable hacia el uso de protectores faciales, debemos preguntar cuántas infecciones podrían haberse evitado en enero, donde tanto funcionarios como medios de comunicación pudieran haber presionado para que las fábricas aumentaran la producción nacional, además de brindar orientación sobre cómo hacerlas en casa y solicitar a otros países que donen materiales excedentes.

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