Por Rodrigo Pérez de Arce
Agencia Uno

Todavía sorprende el holgado triunfo del Rechazo. Prueba que el trabajo de la Convención no solo falló en reparar nuestra fractura social, sino que produjo un texto transversalmente mal evaluado.

Por lo mismo, es momento de sacar lecciones para continuar el proceso constitucional, de manera de no reproducir sus errores. El punto de partida nos lo marcan las preguntas de los dos plebiscitos: queremos una nueva constitución, pero no la que nos presentaron.

1. El rol del Gobierno. Para nadie es un misterio que el Gobierno del presidente Boric estaba jugado por el proyecto constitucional; de ahí su despliegue mediático y simbólico. El propio ministro Jackson lo admitió en Uruguay, meses antes de comenzar su periodo: el destino de su proyecto dependía del cambio constitucional. Fracasada esa vía, debiéramos esperar un ajuste medular en la actitud de quienes hoy ocupan La Moneda. Lamentablemente, tanto los rostros como el discurso del Presidente no parecen haber aquilatado la derrota en toda su plenitud. Corren el riesgo de que la salida constituyente suceda a sus espaldas. Diseñar con cuidado, no improvisar, parece ser el mantra que tienen que repetir, para así evitar los errores de una Convención que falló, en parte, por no tener ningún punto de referencia a priori.

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2. El proceso es el resultado. Aunque sea evidente, el doble fracaso de la Convención debe hacernos pensar en un proceso que permita alcanzar tres objetivos: celeridad, participación popular y calidad técnica. Esto puede ser logrado de distintas maneras, pero lo relevante es que ninguno de los elementos esté ausente. Por otra parte, quienes formen parte de este órgano no pueden repetir la triste performance de activistas y académicos que, embriagados por el sueño de ser el reflejo más fiel de la sociedad chilena, terminaron generando aún más distancias con la población. Es el momento de la sobriedad, de la mesura y el diálogo, sabiendo la tarea urgente que tienen por delante. Un proceso sanador aumentará las posibilidades de que el nuevo texto sea aprobado en el futuro, y que la sociedad lo perciba como propio.

3. Pensar los contenidos. Otra de las certezas que nos entrega el resultado del domingo es que la ciudadanía tomó distancia con el proyecto refundacional progresista que entregó la Convención. Esto no significa que Chile se haya derechizado, pero sí que existe un amplio margen para volver a levantar contenidos mal defendidos o mal planteados durante largo tiempo. Es momento de que la derecha tome la iniciativa y logre repensar el rol del Estado, la subsidiariedad, la descentralización, el papel de los órganos autónomos o el rescate de iniciativas populares de norma que fueron injustamente desechadas por la constituyente. En ellas y en una revalorización de la tradición cultural, legal e histórica chilena hay un valioso repositorio que puede inspirar la reflexión para el nuevo texto. Con ello, junto con volver a posicionarse frente a un nuevo proceso constitucional, habrá logrado retomar discusiones intelectuales que el frenesí de los últimos años había postergado.

4. Espíritu de casa de todos. En vez de máximos identitarios, la nueva Constitución debe ser una de mínimos comunes, que permitan el despliegue de la política. Pese a las múltiples referencias a la ley en la propuesta constitucional rechazada, lo cierto es que limitaba severamente el ámbito de la deliberación en ámbitos muy sensibles, como el aborto o la educación. Por lo mismo, el nuevo texto debe ser deferente con el legislador, lo cual, a su vez, hace más viable llegar a acuerdos políticos transversales en torno a un puñado de normas que permitan gobernar a los diferentes conglomerados y el despliegue del juego político. Ese es el verdadero espíritu de la noción de casa de todos, no un acuerdo edulcorado que pasa por encima de todos los conflictos.

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5. Un reseteo estabilizador. En resumen, la tarea sigue siendo la misma que en octubre de 2019: necesitamos un pacto social que permita dar certezas a los chilenos y estabilidad al sistema político. Son varios los ámbitos en los cuales se requiere estabilizar la vida: salud, pensiones, educación, envejecimiento, familia, medio ambiente, economía, entre otros. Cambiar, también, la sensación de “me están cagando” y de “vuelva mañana”, que tantas veces aumenta la frustración sobre nuestras instituciones públicas y privadas. Erradicar el abuso y promover la dignidad como eje central de la política pública. Todo ello es urgente y puede ser un buen programa para el alicaído gobierno, teniendo en consideración la relevancia de poner las bases para una convivencia social pacífica y colaborativa. En todo caso, no está de más recordar que todos esos ejes exceden el tema constitucional.

Entender la Constitución como una de las piezas de ese pacto social contribuirá a disminuir la presión sobre los redactores del nuevo texto, además de ponerle tarea al sistema político. Buena parte de este programa excede lo constitucional y requiere de una amplia discusión y tramitación legislativa, junto con un diálogo social amplio en que los distintos sectores se sientan escuchados.

Las tareas anteriores son urgentes. Aunque no nos guste, las demandas de octubre siguen ahí, y la ciudadanía continúa inmersa en la sensación de frustración y de paciencia colmada no aguantará para siempre. No se trata de vaticinar nuevos estallidos sociales, sino de viabilizar una búsqueda consciente y sostenida de cohesión social. Porque vaya que nos falta.

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