Por María José Azócar
Agencia UNO

Imaginemos el siguiente escenario. Vamos a un supermercado y decidimos comprar tallarines. El mercado nos ofrece diez opciones, es decir, diez marcas distintas de tallarín para elegir. El problema es que cuando examinamos los ingredientes de esos diez paquetes nos damos cuenta de que todos tienen toxinas que causan enfermedad. Entonces, la libertad que tenemos en ese gran supermercado es en realidad una libertad para decidir entre alimentos que inevitablemente nos causarán daño. ¿Es esto libertad?

Cuando pensamos en la discusión sobre pensiones, por décadas nos han dicho que un valor fundamental del sistema de capitalización individual es que nos garantiza libertad para elegir. Elegir si quiero cotizar o no, elegir el fondo de inversión, elegir la AFP, elegir entre modalidades de pensión. Esta narrativa es profundamente seductora. Después de todo, para elegir necesito preguntarme primero qué es lo que quiero y en ese nombrar adquirimos una sensación de poder y autonomía. Pero, las opciones que nos ha entregado el actual sistema de capitalización individual, como en nuestro ejemplo del tallarín, nos han dado una ilusión de libertad, ya que elegimos entre alternativas que poco nos benefician. Doy cuatro ejemplos para ilustrar este punto.

Primero, personas que decidieron cotizar prácticamente toda su vida laboral, hoy se están jubilando con pensiones autofinanciadas menores el salario mínimo. Por ejemplo, la mitad de las mujeres trabajadoras que se pensionaron en el mes de agosto de este año y que cotizaron entre 35 y 40 años, autofinanciaron una pensión de vejez por un monto menor a $251.107. Para el caso de los hombres, esta cifra es de $316.503. Entonces, la decisión de cotizar en un sistema de capitalización individual en la práctica se ha traducido en la decisión de vivir en una situación de pobreza desde los 60 años de edad.

Segundo, el actual sistema propone un abanico de opciones para invertir los ahorros de las personas que cotizan. Sin embargo, una gran proporción de esa inversión se dirige a activos de empresas que pertenecen a familias millonarias chilenas. Por ejemplo, en el año 2020, del total de activos que se invirtieron en empresas que operan en territorio nacional, un 38,4% de estos activos corresponden a instituciones financieras y de ese grupo, el Banco de Chile (familia Luksic) fue el que más inversión recibió. Otras empresas que también concentraron una alta inversión pertenecen a las familias Said, Saieh, Yarur, Matte y Solari.

El dinero no cae de los árboles. La clase trabajadora produce riqueza en Chile. Sin embargo, el diseño del sistema de capitalización individual ha permitido que unas pocas familias millonarias hayan incrementado su riqueza en todos estos años de capitalización individual a costa del trabajo de personas que se jubilan con pensiones que ni siquiera se acercan al salario mínimo.

Tercero, los ahorros de la clase trabajadora no solo se invierten en instituciones financieras, también en activos de otras empresas. Cuando se estudia cuáles de esas empresas operan en Chile y están insertas en sectores extractivistas que generan alto impacto ambiental, nos encontramos con que las actividades extractivistas abarcan un 75,5% de las inversiones de las AFP. Dicho de otro modo, la libertad de elegir en qué AFP cotizar, la verdad, es que se vuelve absolutamente irrelevante cuando se analizan las decisiones que toman las AFP en su conjunto: invierten en actividades que suben la temperatura de nuestro planeta y aumentan la probabilidad de eventos desastrosos.

Cuarto, si bien en los más de cuarenta años de funcionamiento del sistema de capitalización individual se han creado alrededor de 33 AFP, hoy en día el mercado previsional no solo está concentrado en pocas empresas, sino que Compañías de Seguros de Vida transnacionales se han convertido en las últimas dueñas de varias AFP. Por ejemplo, la empresa Metlife (EE.UU.) es propietaria de la AFP Provida; Principal (EE.UU.) de la AFP Cuprum; Sura (Colombia) de la AFP Capital; Generali (Italia) de la AFP Plan Vital; y Prudential (EE.UU.) es copropietaria de la AFP Hábitat. En otras palabras, el negocio previsional ha profundizado una lógica neo-colonial de la economía chilena, pues personas que ni siquiera viven en Chile tienen hoy el poder de decidir qué hacer y dónde invertir los ahorros de personas que trabajan en el país.

En resumen, la narrativa de las opciones y la libertad para elegir ha permitido justificar la existencia de un sistema de capitalización individual que, por una parte, ha concentrado la riqueza en Chile a costa del empobrecimiento de la clase trabajadora; y, por otra parte, ha reproducido una lógica neo-colonial y extractivista que ha dañado la naturaleza y ha profundizado la desigualdad a escala internacional.

El capitalismo no es solo un sistema económico, es también una forma de gobierno de nuestros deseos e imaginarios. El capitalismo nos seduce con discursos de mérito y libertad de elección que nos terminan convenciendo de que el éxito es siempre individual y que deseamos vivir en una sociedad llena de opciones de tallarín con toxinas. Ante esto, desde los más variados espacios sindicales y sociales, he visto cómo se realizan ejercicios colectivos que ponen al centro preguntas respecto a cuál es la libertad que queremos y a qué tipo de futuros aspiramos.

Desde estas reflexiones colectivas se ha propuesto, por ejemplo, un futuro con libertad no solo para elegir entre una empresa estatal o privada, sino libertad para vivir sin angustia, sin precariedad, libre de desesperación y en una relación de respeto con la naturaleza. En las conversaciones se incluye la posibilidad de implementar un sistema previsional que nos permita mucho más que sobrevivir y que, en cambio, nos entregue libertad para construir una vida a nuestros 60 años.

Más aún, a propósito de las falsas promesas de la meritocracia, en los ejercicios colectivos se pone en entredicho la definición de libertad anclada en una ilusoria idea de independencia de los seres humanos. En cambio, se propone una definición de libertad para vivir en una sociedad justa, es decir, una sociedad anclada en relaciones sociales de interdependencia donde, por ejemplo, las personas que han tenido más ingresos en sus vidas aporten más a un sistema previsional para que todas las personas, sin distinción, puedan vivir en plenitud durante su vejez.

En un momento de crisis profunda del actual sistema de capitalización individual, de aniversario de la revuelta social y de discusión constitucional, quizás es tiempo de tomar una pausa y volver a re-pensar, colectivamente, qué entendemos por libertad.

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