Por Guillermo Pérez
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Publicado por halfaro

“Le he pedido a mi equipo que desde ya se organicen debates en todos los temas con Kast, porque frente a la intolerancia y la discriminación ni un paso atrás”. Estas fueron las palabras de Gabriel Boric la noche en que se conocieron los resultados de la primera vuelta presidencial.

Sin embargo, algunos días después, y a propósito de un frustrado debate organizado por CNN Chile, el periodista Daniel Matamala escribió en su cuenta de Twitter lo siguiente: “invitamos a ambos candidatos a debatir, con el mismo formato y organización de la primera vuelta (…) Comando de Kast aceptó la invitación, y el de Boric se excusó por problemas de agenda”.

Esto sería un simple traspié si se tratase de un episodio puntual. Pero por esos mismos días el candidato de Apruebo Dignidad se bajó también del debate de la Asociación de Emprendedores de Chile. Respecto de esta decisión, los organizadores aseguraron que a Boric “se le plantearon una serie de alternativas y posibilidades para poder asistir, pero desde su comando declinaron aceptar las distintas posibilidades”. A modo de excusa, el candidato señaló que su deber era estar en Valparaíso, pues a esa misma hora, y contradiciendo las advertencias de su recién presentado consejo asesor económico, debía aprobar el cuarto retiro de fondos de pensiones.

Pero eso no es todo. Algo similar señaló el periodista argentino Andrés Oppenheimer cuando esa misma semana Boric rechazó una entrevista en su programa de CNN en Español: “me parece injusto hacerle preguntas difíciles al candidato que acepta venir y no poder hacerle preguntas difíciles al que no”.

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¿Qué ocurre con el candidato de Apruebo Dignidad? ¿Por qué se resiste sistemáticamente a debatir con su oponente? Según algunos miembros de su equipo, el giro en la intención inicial de discutir públicamente todos los temas con Kast se explicaría porque estarían priorizando el trabajo territorial. Esa razón está lejos de ser suficiente, pues ambas cosas no se excluyen. Se puede recorrer los territorios y también debatir con el adversario, sobre todo en tiempos donde no es necesario hacerlo de forma presencial. De hecho, Kast ha insistido en su disposición a debatir telemáticamente, o en el lugar y hora que Boric y su equipo decidan.

De acuerdo a lo señalado por otros, evitar la confrontación es parte de la estrategia que debería emprender cualquier candidato que está liderando las encuestas. La sobreexposición, el error no forzado, pueden ser muy riesgosos a dos semanas de la segunda vuelta. Sin embargo, el equipo de Boric parece estar tan encerrado en esta idea que de todos modos comete errores. Por ejemplo, más allá de los enormes problemas que representa Franco Parisi, la actitud en extremo cuidadosa de Izkia Siches con la participación de Boric en su programa puede acrecentar la idea de que al candidato le falta experiencia o aptitud para el cargo. Si Boric y su equipo tienen tal nivel de temor por una encerrona de Parisi, es normal que más de alguien se pregunte qué va a ocurrir si llega a ser presidente y tiene que discutir con líderes políticos como Biden o Putin, o enfrentar crisis sociales de la magnitud de nuestro estallido.

Todo esto se vuelve aún más complejo si consideramos que Boric ha tenido verdaderos giros olímpicos que le pueden costar muy caro en un debate televisivo. Si antes del 21 de noviembre era relativamente sencillo encontrar inconsistencias entre los discursos de Boric en muchos temas relevantes, luego de la primera vuelta esas dinámicas se han convertido en pan de cada día.

Los cambios son demasiado abruptos como para no levantar sospechas respecto de que tras ellos hay puro y simple interés electoral. Así lo muestran, entre otras cosas, su repentina preocupación por el mundo cristiano o católico (y los evangelios apócrifos), los discursos sobre migración que de un momento a otro se olvidaron del “nadie es ilegal”, las sentidas palabras de sus asesores sobre el ahora “loable” trabajo que realizan los carabineros y las categóricas condenas a la violencia.

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Tales giros son un arma de doble filo, pues en medio de un debate bastaría ahondar solo un poco en su contenido para encontrar lagunas e inconsistencias. Por ejemplo, para que las insistentes promesas de Boric sobre el respeto por las creencias y cultos sean creíbles, debieran venir al menos con un cambio de opinión en materia de objeción institucional y de rol público de las instituciones con ideario. ¿Está dispuesto Boric a respaldar algo así? ¿No se contradice completamente con el proyecto político que representa?

Por otro lado, para ciertos sectores de la izquierda evitar los debates con Kast sería una opción legítima, toda vez que “al fascismo no se le discute”. Sin embargo, esa parece ser la salida más fácil. Si algunos adherentes de Boric creen estar en una lucha entre fascismo y democracia, lo lógico sería que el candidato de Apruebo Dignidad fuera a debatir: abrir los canales de conversación, darle espacio al diálogo, ganarle a Kast con argumentos. Si el adversario es tan abiertamente deleznable como muchos dicen, ¿por qué no desenmascararlo públicamente en un debate? ¿Por qué renunciar a priori a desarmar con las propias ideas sus extremas posiciones?

Es probable que a estas preguntas el mundo de Boric responda que no están dispuestos a discutir con candidatos que inundan las redes con fake news y posverdades. Sin embargo, esas dinámicas no son patrimonio exclusivo de José Antonio Kast. Basta ver la discusión del cuarto retiro la semana pasada –donde, a pesar de los miles de millones de dólares que el Estado gasta mensualmente en ayudas, Boric insistió en que se estaba abandonado a las familias–, o todas las noticias falsas que el mundo frenteamplista divulgó durante el estallido social (centro de torturas en la estación Baquedano incluido).

Si de alguna forma nuestra democracia está en peligro no es porque estemos en una disyuntiva entre fascismo y democracia; acá no hay una lucha a muerte entre dos candidatos que representan el bien y el mal, así como tampoco se vendrán campos de concentración o distopías del estilo de Atwood u Orwell. Esos son solo excesos retóricos de los mismos que, contradictoriamente, ya decían que estábamos en dictadura con Piñera.

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Si nuestra democracia corre riesgos es, entre otras cosas, porque los maximalismos de uno y otro lado parecen estar imponiéndose en el debate público, porque políticos de izquierda y derecha han insistido en horadar y desgastar nuestras instituciones, porque estamos gobernados por el peor Presidente en décadas, porque nuestro Congreso está muy lejos de dar el ancho, porque la mesa de la Convención insiste en estirar el elástico como si no hubiera plebiscito de salida.

Por eso mismo, por los riesgos que corre nuestra democracia, la deliberación política y todos los espacios que la promuevan son ineludibles, especialmente si se trata de una elección con tanto arraigo en Chile como la presidencial. Debatir de cara a la ciudadanía, contrastar ideas y proyectos políticos, mostrar las diferencias abierta y públicamente a través del diálogo son instancias fundamentales para sostener nuestra alicaída democracia representativa. Y Gabriel Boric debería ser el primero en saberlo.

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