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Hoy se suponía que la noticia era el retorno a clases de los niños en Quintero y Puchuncaví, pero nuevamente los episodios de contaminación hicieron que esa ilusión óptica de retorno a una necesaria normalidad quedara de lado.

Finalmente, y de forma tardía, para los habitantes de la zona, se decretó Alerta Sanitaria. ¿Qué significa esto? Por ejemplo, que se puede realizar un seguimiento diario de la calidad de aire y un pronóstico de ventilación en el lugar; solicitar planes operacionales a las empresas para que de esta forma puedan suspender las faenas contaminantes o reducir emisiones, y así fortalecer la fiscalización.

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Es cierto lo que dice la Ministra del Medioambiente, Carolina Schmidt: “no se se puede terminar en un mes con más de 50 años de contaminación en la zona”.

¿Pero cuándo, entonces se podrá enfrentar este problema? Cuándo, si los reglas son laxas y hay nebulosa constante de si las empresas van a estar dispuestas asumir el costo y tiempo que significa mejorar sus estándares para cumplir con una normativa que se les exigiría en cualquier otro lugar.

Porque, más allá de esta Alerta Sanitaria, la pregunta es cómo se soluciona el problema estructural y multifactorial de las denominadas “zonas de Sacrificio”. Hay variadas respuestas y alternativas. Y más allá de cuán realistas o idealistas sean esas opciones, la duda siguen siendo:¿qué hacemos mientras tanto?

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