Por Fernando Paulsen
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A veces, de pronto, en medio de todas las posiciones inconmovibles por los costos del cambio climático, se deja ver una pequeña luz al final de un enorme túnel, que permite presagiar que el daño para los países que menos contaminan y que más impacto reciben de esa contaminación, puede en el futuro verse compensado por un acuerdo mundial al respecto.

Esta semana terminó la COP27, en Egipto. Y después de varias reuniones similares, esta vez se abrió un espacio para que se creara un fondo de apoyo a países más pobres, que reciben todo el impacto de cambio climático, revirtiendo así una tendencia de larga data de resistencia de las naciones más ricas para compensar a las más pobres por el daño climático causado.

El concepto de justicia climática mínima se oyó fuerte en esta COP y casi 200 países acordaron la creación de un fondo de pérdidas y daños, que deberá perfeccionarse y afinarse en las próximas reuniones.

No se resuelve el problema, pero se abre la posibilidad, si continúa la buena fe, a que fenómenos que dichos países no son capaces de enfrentar por sus propios medios, como las alzas del nivel del mar y de las emisiones de gas de invernadero, puedan ser paliadas al menos con este fondo de pérdidas y daños.

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Hasta ahora sólo un pequeño grupo de países europeos se había comprometido a donaciones simbólicas, pero importantes, en materia de pérdidas y daños.

Los más grandes y mayores contaminadores, incluidos China y Estados Unidos, por razones distintas, se han distanciado históricamente de un fondo como el acordado.

El acuerdo habla de compensar a países “particularmente vulnerables”, una exigencia de los países más contaminadores, para que el dinero vaya sólo a los casos más urgentes y no se abra un concurso general por los fondos.

El impacto es obvio y daña más a países más pobres. Eso no se discute.

Y en el cerrado club de países más contaminadores, lo nuevo es que se abrió un pequeño sendero, donde hasta ahora había un enorme portón, cerrado a machete con trancas y candados.

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