Por Mónica Rincón
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Hay cosas que no cambian. Cada oleada de feminismo viene acompañada de una resaca de desconcierto (machismo). Hombres que, con un dejo de paternalismo, intentan explicarles a las mujeres por qué protestaban y cuáles son los riesgos.

Una de las exóticas tesis fue que el movimiento feminista era un Caballo de Troya que traería de contrabando temas ajenos. Mal ejemplo el de Gonzalo Cordero, porque los griegos iban escondidos en el caballo y el petitorio de las convocantes a la marcha, es un petitorio público.

El rector Peña y Lacan nos advierten del riesgo de que las diferencias de género sean vistas como la causa de todos los males y el feminismo como la panacea. Nadie es tan iluso como plantea el rector.

Lo que se sostiene es que los sistemas políticos y económicos sí influyen en la forma en que se manifiesta el machismo, pero jamás se niegan otras formas de discriminación.

Es perfectamente válido no compartir parte o todo el petitorio de la Coordinadora 8M, pero aún así es evidente que hay un sustrato en el que todas las mujeres que marcharon y muchísimas más se encuentran: la injusticia. Por ejemplo, una puede querer terminar con las AFP y otra modificarlas, pero ambas están hartas de que, aunque junten (con doble esfuerzo) el mismo dinero que un hombre, su pensión sea un 15% más.

Pero ya que hoy todos parecen feministas y les parecen tan sensatas las demandas, ¿qué esperamos? Aprobemos un post natal masculino obligatorio, igual sistema de cálculo de pensiones de hombres y mujeres, cuotas en directorios de grandes empresas, planes de isapre de igual costo.

Porque el único caballo de Troya de estos días es el falso consenso que algunos nos venden, que dura hasta que las demandas se hacen oír con fuerza, el caballo se abre y sale de su interior el machismo de siempre.

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