Por Mónica Rincón
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La historia de los Juegos Olímpicos es la historia de la humanidad, con sus luces y sombras, éxitos y caídas, grandezas y miserias. Es un momento de altísima exposición y parte del ajedrez político mundial.

En ellos vemos el surgimiento de íconos de influencia más allá del deporte, en las pistas corren atletas, pero también sus países y son un recuerdo de la geopolítica y las ideologías imperantes.

México 68 del Black Power, antes la Alemania Nazi. Unos países organizadores quieren mostrar el buen momento que viven, otros se gradúan de potencias, como China, y hay naciones que ven cómo comienzan épocas turbulentas como el Brasil de Dilma Rouseff que rechazó los gastos de la cita deportiva.

La discriminación a las mujeres es parte de estos eventos. Desde los primeros modernos en 1896, que estaban vedados para ellas, pasando por los de 1900 cuando se incorporan, pero solo en tenis y golf.

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Tanto machismo llevó en 1928 a las británicas a boicotear los juegos sin asistir. Y aún abriendo los 70, ellas no eran más que el 14% de los deportistas olímpicos.

También hay héroes que, en vez de capa, usan zapatillas o a pies descalzos. Como Simone Biles, que perdió medallas pero ha ganado mucho más.

Para ella la valentía es decir “cuidaré mi salud mental”. Para muchos que tienen esas patologías, la visibilización de temas tabú.

Y para los deportistas de elite y aún los aficionados, es el mensaje de que la competencia es contra ellos mismos, que lo primero es su salud y como dijo Biles: “salir ahí y disfrutar”.

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