Por Fernando Paulsen
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Enfrentados a un plebiscito sobre la nueva Constitución, han abundado las ideas de aprobar o rechazar, para, inmediatamente después, reformar esta nueva Constitución, porque se considera llena de fallas, que van desde la redacción, hasta potenciales gustitos particulares que encontraron el camino de la Carta Magna.

De derecha a izquierda abundan quienes juran estar dispuestos a revisar al día siguiente lo que habría que enmendar en la nueva Constitución, para hacerla más plausible, más propia de lo que el país necesita.

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Eso debiera ser halagüeño, si tomamos en cuenta que no es muy común en Chile ver deseos de reformas en todo el ancho del espectro político.

Hay un dicho que dice que “de ningún laberinto propio se sale con llave ajena”.

Lo que sea que ocurra después del 4 de septiembre volverá a ser inédito en la historia del país. Cómo ha sido todo en este camino constitucional: una constitución redactada por ciudadanos votados por el país; con paridad de género, con escaños reservados para pueblos originarios, con espacios garantizados para independientes.

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Si las encuestas tienen razón y la victoria de cualquier posición será estrecha, el laberinto que se presentará al día siguiente tendrá que ser resuelto, una vez más, sin que haya precedentes en nuestra historia para aquello.

Esto puede causar incertidumbre y nerviosismo. Pero, mirado desde otro ángulo, nunca el pueblo de Chile, en tan escaso tiempo, había sido conminado a decidir su destino constitucional con tanto involucramiento. Ese involucramiento nacional es la llave propia para salir de nuestro laberinto. La historia dejó de escribirse en Chile a pocas manos. Ya era hora de eso, gane quien gane.

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