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¿En qué creemos los chilenos? La encuesta CEP sobre religiosidad nos permite sacar dos conclusiones: creemos bastante en Dios, pero cada vez menos en las instituciones que dicen representarlo.

El derrumbe de los que se definen como católicos en las últimas dos décadas es llamativo. Los evangélicos no suben; son aquellos sin denominación religiosa los que se triplican en el mismo período.

Pero ojo: dos tercios de esos chilenos sin denominación sí creen en Dios. El ateísmo aumenta, pero sigue siendo minoritario. En suma: muchos han dejado de creer en las instituciones religiosas, pero no necesariamente han abandonado la fe.

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Tal vez la mejor muestra de ello es que las creencias populares tienen tanto o más peso que aquellas que son promovidas por las instituciones. Por ejemplo, más chilenos creen en el “mal de ojo” que en la virgen, y los santos no son más populares que la energía de la naturaleza o los poderes sobrenaturales de los antepasados.

En resumen: se cree pero esa creencia es menos institucional, menos organizada, y por lo tanto pierde poder para influir en la vida social, sobre todo cuando las iglesias caen al sótano en términos de confianza ciudadana.

La fe es un asunto cada vez más personal y menos de poder, tal como ocurre en casi todas las sociedades cuando se vuelven más individualistas y más seculares. Precisamente lo que está pasando en un país que se moderniza, como Chile.

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