Por Daniel Matamala
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Octava alza consecutiva de las bencinas y aparece el debate sobre el impuesto específico a los combustibles. Lo más popular sería decir que hay que eliminarlo, pero la verdad es que ese impuesto tiene sentido.

Primero, porque es un tributo progresivo: el 80% del gasto en gasolina lo hacen hogares en el 20% de mayores ingresos. Y segundo, porque es un impuesto verde: castiga el uso del petróleo, lo que es coherente con la urgente lucha contra el cambio climático.

Lo que no tiene sentido ni económico ni ambiental, es que este impuesto sea 4 veces más alto en las bencinas que en el diésel. La única razón para esta diferencia es el miedo a los camioneros, que usan diésel. Como amenazó el presidente de la Confederación de Dueños de Camiones la última vez que se discutió el tema: “si se sube el impuesto, el gobierno se gana un paro nacional de forma inmediata”.

Tampoco tiene sentido que usted pague íntegro el impuesto en su auto, y que en cambio los camioneros reciban un reintegro de hasta 80%, y todas las demás empresas que usan diésel: mineras, industrias, aviones, energéticas, no lo paguen. Si se contamina por el tubo de escape del auto, hay impuesto, si se contamina por la chimenea de una industria, es gratis.

Son injusticias tributarias que benefician a sectores poderosos, y con ellos, hasta ahora, ningún gobierno se ha atrevido a meterse. Ahora que comienza a discutirse una reforma a los impuestos en el Congreso, puede ser un buen momento para emparejar esa cancha y hacer que todos paguen por igual.

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